sábado, 30 de agosto de 2014

British girls are really smart

Otro fragmento de la novela que pienso publicar. Espero que les guste de nuevo.


Buscó a Ellen para devolverle su colección de cuentos de Hemingway en inglés antes de que se hiciese tarde. Si no hubiese sido por ella, Manuel no hubiese sido capaz de conocer las magníficas historias que el otrora Premio Nobel  escribió durante su alegre estancia en Cuba, antes de que huyese despavorido de la isla al ver cómo a su gran amigo Fidel Castro se le ocurrió la gran idea de nacionalizar las propiedades de los extranjeros residentes en dicho país caribeño. Por suerte, alguien había dejado abierta la puerta metálica del edificio de San Isidro. Cuando su puño golpeó la puerta del departamento 305, no fue la misma mujer blanca la que abrió.
     ¡Qué coincidencia! Esta también tiene cara de no saber qué chucha hace en el Perú — pensó.
La mujer estaba aferrándose a la puerta.
     HelloIs Ellen home?
     Nope, she’s out at the moment, but she’ll be back around 10 —dijo con una voz muy pausada y dulce.
     Ok, can you give her these? Please, tell her it was her Hemingway’s short stories collection — dijo y le extendió el viejo libro comido por los gusanos.
     Sure! — dijo sin pronunciar la “r” — ... Tú debes ser Manuel, ¿verdad?
     Sí. Y tú eres... eh... mmmm ¿Diana?
     Yeah. Did she tell you about me?
     Sí — dijo él mientras buscaba alguna frase en su distraída mente.
Se quedó en blanco poniendo cara de estúpido.
     Are you British?
     Yes, I am — dijo exagerando el sonido de la “y”, la cual pronunció como una larga “i”.
     knew it — dijo con una sonrisa estúpida.
     Se nota que te diste cuenta. Puedo ver la cara de perdido que pones para tratar de entender lo que digo — dijo ella con una sonrisa pícara.
Manuel se cagó de la risa. Se despidió con la mano antes de tomar el ascensor.
     Alrightsee ya later !!!— dijo ella mirándolo fijamente, sin pronunciar la “r” de la última palabra.
“Esta tiene cara de hippie y aun así habla español mejor que Ellen que lleva años aquí ¡Qué pendejo es esto!”, pensó mientras estaba en la combi rellena de pasajeros. Él, como siempre, tomaba el asiento que estaba justo encima de la llanta trasera y se hacía el dormido para que no lo molesten las viejitas que seguramente le pedirían el asiento. Cuando regresó al su cubil, allá en Lince, se puso a leer un poco sobre Lord Castlereagh en Internet.
     ¿Por qué me habrá mirado fijamente? ¡Carajo, qué voz! ¡Qué bonita voz!
A la noche siguiente, no se pudo concentrar en la clase de salsa: la figura de baile era muy complicada, puesto que incluía muchos enredos de brazos y “voleos”. Además, sus manos y sus brazos, un poco flojos no guiaban a las chicas hacia la dirección adecuada. En este baile, todo era cuestión de tener un sentido del tacto muy desarrollado, demasiado desarrollado, según los maestros.
     Oe, Manuelín, no seas huevón. Tienes que poner tu mano a la altura de la frente de la flaca si quieres hacerla girar bien— le dijo Julio, el instructor, al oído, mientras pasaba revista a todas las parejas.
Sandra, con quien Manuel bailaba, no le dijo nada. Tenía toda la paciencia del mundo. Su cara no mostraba ninguna molestia ante sus fallas ¿Tanto le costaba hacer una preparación y hacerla girar tres veces en tres tiempos musicales? Cuando Julio dijo que cambien parejas, las otras chicas sí que pusieron cara de trasero.
     Hey, amigo, guíame más fuerte. No siento hacia dónde me quieres llevar— dijo la tercera chica con la que le tocó bailar, arrugando la frente.
     Ok. Un momento. Voy al baño.
Se refrescó la cara. Se miró al espejo. “´Ta ´mare, ¿por qué me sale mal? ¡Tanto tiempo en esta vaina por las huevas! La gringa Ellen tenía razón: “My leading technique in salsa really sucks”. Regresó desganado para ver tan solo la demostración final de la clase.
     Gente, no se olviden que hay un social este Sábado en la academia. Pro fondos para nuestro viaje al campeonato en Argentina. A sólo diez soles la entrada. Apóyennos, chicos— dijo Julio vociferando.
Todos estaban en círculo escuchándolo. Hacían planes y se intercambiaban los números de teléfono para ver quién iba a asistir. Manuel no tenía ganas de ir. Seis meses y seguía bailando hasta el pincho, según él. Sandra le hizo un toqueteo en la espalda.
     ¿Vas a ir?
     No sé, cachetona. Tal vez tenga otro compromiso.
     Tú y tus compromisos, mentiroso.
     Y tú, ¿vas a ir?
     Claro.
     Entonces ya tengo otro motivo para no ir.
La arequipeña le dio una palmada juguetona sobre el hombro. Él le dio un beso en la mejilla. Ni se despidió de los demás. Ni siquiera se le pasó por la cabeza acompañar a Sandra a su paradero. Caminó hacia el cuarto que alquilaba acordándose de que el dinero del premio se estaba acabando y tendría que trabajar de nuevo si no quería regresar a donde su mamá. Llegó molesto a casa. Arturo estaba afuera, en el patiecito, haciendo un poco de estiramientos.
     ¿Sigues con tu cojudez de Karate?
     ¡Wing Chun, idiota!
     Ja ja ja. Ok, sigue con tu “Ping Chun”.
     Ayúdame a estirarme pe’, hue’ón.
     No jodas.
Manuel entró al cuarto y empezó a revisar su laptop.
     ¿Oe y qué fue? ¿Fuiste donde la gringa que me contaste? — dijo después de haber abierto la puerta, secándose el sudor con una toalla pequeña.
     Sí. Ya le devolví su libro. Estaba de puta madre.
     ¿Y al fin la hiciste?
     Nada ¡Esa calientahuevos! Además no estaba ella.  Sólo estaba la flaca con la que vivía.
     ¿Y la flaca esa también está pa' darle?
     ¡‘Cha te importa!
     Ta’ mare, Monolo. Tú tienes el arco libre, sin arquero, y no pateas.
     Me llega, broer. Ese tipo de mujeres elige.
     Oe,  ¿no que mañana Sábado era su cumple?
     Sí, me invitó, pero no sé si ir. También mañana es ese social de salsa que te dije, pero sinceramente todo me llega al huevo.
     Habla, hay que bajar al cumple de la gringa.
     No sé...
     Vamos, hue’ón— le dijo dándole una palmada en el hombro.
     Oe, pero ¿no que tenías el cumple del pata de tu promo?
     ¡Chucha, verdad! Yo voy a estar un toque ahí y te doy el alcance.
     Sí, broer... ¡bastante vas a bajar!— dijo desconfiadamente mientras buscaba su pijama que debía estar tirado por el suelo.
     Sí,bro'er. En serio.
     Ya pues, le voy a decir para que te ponga en la lista ¡Pero no vayas a emborracharte y a gritar como loco “prejuiciosos de mierda” a toda la gente que pasaba como ese día que salimos del cumple de otro tu pata en San Borja, sino te dejo tirado por la avenida Javier Prado!
     ¡Ya, mierda!
A las ocho de la noche del día siguiente, Manuel se puso a ver Cabiria, pero se desanimó al ver que la película duraría cuatro horas. Se puso a leer Le Côté de Guermantes, pero le aburría el hecho de que el autor utilizara tan mal los signos de puntuación. "No me queda otra", pensó. Se vistió con la mejor camisa que tenía, el mejor par de jeans y estuvo a punto de echarse un poco de gel y hacerse algún peinado a la moda, pero al final le daba igual porque sólo iba a pasar un momento tranquilo en el cumpleaños de Ellen, en lugar de gilearse a alguien, ya que, después de lo de la vez pasada, se dio cuenta de que no sabía diferenciar entre el coqueteo amistoso y el verdadero deseo: se consideraba un fracaso con las mujeres y decidió “retirarse del negocio” hasta nuevo aviso. Arturo ya había salido hacía unas cuatro horas. Como hacía mucho frío, Manuel tomó un elegante blazer de Arturo que yacía tirado por la habitación. Arturo había engordado mucho por comer yogurt con cereal de caja, por lo que muchos de sus atuendos ya no le quedaban.
     Hi, Ellen. Do you still have my name on the list?
     Of course. Come before 11pm.
—  Can I bring a friend over?
     Yup, see you there — dijo ella pausadamente.

La discoteca de salsa se encontraba en el tercer piso de un  gran supermercado en Jesus María. Él entró por la gran puerta. Un montón de chicas bien pintarrajeadas y chicos fumando cigarros como locos estaban entrando. No era la única discoteca dentro de ese supermercado: eran cinco. Desde los pasillos sonaba todo tipo de música: electrónica, rock, merengue, románticas, entre otras. Por suerte, aquella en la cual Ellen haría su cumpleaños era la única con orquesta en vivo.
     Oe, Arturo, ya llegué ¿A qué hora bajas?
     Nada, broer. Me quedo chupando aquí.
     Ta’ mare, oe, la cagas. Por cierto, cogí tu blazer.
     ¿Quién chucha te dijo que lo hagas?
     Ya, mierda. Eso te pasa por falla. Hablamos — dijo Manuel por celular.
Ellen estaba en la puerta de la discoteca, con un vestido negro que le llegaba a la mitad de los muslos, seguido por unas pantimedias, también negras. Su cabellera rubia estaba más lacia que de costumbre. Lo recibió y lo abrazó. Él extrañaba sentir su típico perfume de vainilla y la suavidad de su piel.
     You  look really handsome!— dijo muy sonriente cuando lo abrazó.
     Esta gringa siempre con sus cojudeces...— pensó él.
El ambiente de la discoteca aún estaba calmado. La salsa que tocaba el DJ era muy suave. Había pocas parejas bailando. Los flashes de las cámaras abundaban. Todos posaban ante las fotos que serían subidas a las redes sociales. Los miembros de la orquesta entraban como hormigas cargando sus instrumentos. Ellen le presentó a todos sus amigos y amigas. Él se quitó el blazer y sacudió varios pelos rubios de ella que se le pegaron.
     Habla, oe, Manuel ¿Y cómo conoces a la gringa?— le dijo un amigo que tenían en común.
Manuel guiñó el ojo.
     ¿Oye, y a ti quién te invitó? — le dijo Vanessa sonriendo.
     Hola ¡Qué sorpresa! ¿Tú también la conoces?
     ¡Quién no conoce a Ellen!
Manuel hizo una pausa sonriendo.
     Tienes razón ¡Quién no conoce a Ellen!
Todos estaban sentados alrededor de dos mesas. Ellen estaba abrazando a uno de sus amigos. Este aprovechaba para tomarse una foto que sería, según él, la envidia en las redes sociales. Manuel estaba sentado justo en frente de ella. Sintió las piernas de ella rozarle el pie debajo de la mesa. Él retiró el pie. Ella insistió sutilmente. Los ojos de él la miraron de forma reprobatoria. Después, él volvió a su estado de paz. El celular de Ellen sonó. Salió disparada de su asiento con gran energía hacia la puerta del local.
    Tenía que ser Escorpio. Arturo tenía razón. Estas son las que eligen — pensó él.
Ellen regresó con un par de chicas blancas con esa mirada perdida de las extranjeras. Las dos llevaban vestidos muy elegantes que dejaban ver sus espaldas desnudas cubiertas con una que otra peca.
     Hey, Manuel, do you know Diana? — dijo Ellen cuando regresó.
     Of course.
     Hello! — dijo Diana exagerando el sonido de la “o”.
     And this is Christine. She’s from Australia.
Manuel también saludó a la "aussie" cordialmente. Volvió a su asiento, mientras veía a los demás cómo deslizaban rápidamente los pulgares sobre las pantallas de sus celulares. Diana , sosteniendo un gran vaso de cerveza, el cual bebía con sorbos casi imperceptibles que daban sus delgados labios pintados de rosado, se le acercó.
     ¡¡¡Hola!!!
     Hola...
     Tú eres el chico de la vez pasada ¿verdad?
     Sí — dijo un poco nervioso sin saber por qué.
     ¡Qué bien!
     ¿Y por qué llegaste al Perú? Tú también eres profesora de inglés aquí en Perú como Ellen?
     Oh no… Yo estoy de voluntaria aquí. Trabajaba para el NHS en Inglaterra. Habían cosas interesantes, pero me aburría ese país de mierda. — dijo ella sonriendo.
     ¿El NHS? ¿El National Health Service?
     ¡Exacto! ¡Qué inteligente este chico! — dijo sarcásticamente.
     Y seguro que ahora quieres recorrer el mundo...
     Yep, that's the one! Antes, estuve viviendo en Bolivia unos seis meses, pero me aburría porque no había mucha salsa para bailar. Ahí sólo escuchan cumbias y esas huevadas.
Manuel se cagó de risa.
     Hablas muy bien el español. You Brits are so smart.
     Gracias.
     Hasta ahora no entiendo cómo Ellen que estudió en la universidad para ser profesora de español en Estados Unidos, y después de un año  en México y uno en Perú, hasta ahora no hable bien el español.
     La Ellen es una cojuda — dijo sonriendo.
Manuel volvió a reírse a carcajadas, tanto así que tuvo que ir al baño a expulsar los dos litros de agua que todos los días tomaba. Después, se lavó la cara y se vio en el espejo. “Nunca más voy a gilearme extranjeras.”, pensó. Regresó y todos los de la mesa de Ellen estaban bailando. Él fue a comprar una botella de agua mineral y se sentó a la mesa.
     ¡Qué! ¿Ese huevón de nuevo? — se exclamó a sí mismo.
Era Martín, uno de los profesores de baile de la academia Sabor Dance, a donde iba Manuel. Estaba bailando con Ellen. Sus cuerpos estaban muy pegados. Bailaban pelvis contra pelvis esa salsa que la orquesta estaba tocando. Ella lo abrazaba. Manuel sonreía.
     Ese tío no aprende…. Si supiera ….¡Otro que se emociona al toque!—  pensó él.
Habían venido más bailadores amigos de Ellen. Se notaba que todos la conocían. Ella estaba feliz. Manuel estaba en paz. “Si en media hora no pasa nada, mejor voy al social”, pensó. La canción terminó y él seguía sentado. “Hace sólo un instante, éramos dos extraños, que se estrechan las manos y comienzan a hablar…”, era la letra de la canción. La canción era tan suave y elegante que hizo a Manuel sonreír, quien normalmente odiaba — por no decir, execraba— la salsa sensual. Diana estaba cruzada de piernas sosteniendo todavía el mismo gran vaso de cerveza. Seguía hablando con su amiga australiana. Su pelo rubio ondulado estaba amarrado. Él la miró. Ella se soltó el pelo, se lo acomodó y se lo volvió a amarrar. Él se acercó a ella y le tendió a la mano. Ella posó sus tres dedos sobre la palma de él, mientras era transportada a la pista. La australiana ponía cara de aburrida.
     Do you dance salsa On 1?— dijo pronunciando "On 1" como "on one".
     Of course!
Sus cuerpos bailaban suavemente. Ella se dejaba guiar de una manera suave. Sin embargo, daba pasos muy cortos. Su celular sonó.
     Oh, sorry! — dijo ella y se fue al baño rápidamente, dejándolo en medio de la pista de baile.
Manuel sonrió y se quedó parado. De lejos cómo Ellen bailaba sensualmente con Martín, rozándolo varias veces. Él sonreía. “Otra vez se va a quemar ese broer. Supongo que Julio no le habrá dicho nada. Creen que son iguales a las peruanas. Desde ahí la están cagando”. Se sentó para observar a las otras parejas. Había un hombre con una pierna ortopédica que bailaba excelentemente con dos mujeres a la vez. Él puso los ojos sobre la australiana. Diez segundos después, una suave mano lo jaló a la pista de baile.
     I’m back. Sorry — dijo Diana sonriente.
Ella lo llevó al mismo punto en donde bailaron. Inclusive, Diana se acomodó en la posición exacta en la cual estaban bailando antes de que corriese al baño. Ahora tenía el cabello suelto. Él  rio sutilmente.
      British girls are really smart — pensó él.

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