domingo, 17 de agosto de 2014

Segundo Episodio: Sin Malicia


Le désir de plaire naît chez les femmes avant le besoin d'aimer.
    Ninon de Lenclos

Miró en su celular las fotos de sus amigas y sus enamorados besándose, en alguna fiesta o de viaje por algún lugar interesante. Luego, vio los “Me gusta” de sus propias fotos. “¡Ay qué linda!”, “¡Qué regia y qué lindo vestido!”, “¡Churra!”, “¡Qué hermosa mujer! ¡No tienes comparación!”, entre otros, eran los comentarios en las redes sociales a sus propias fotos. Suspiró. Sus piernas yacían cruzadas sobre la banca.  Su largo cabello caía sobre sus rodillas. Ahora, sus ojos color caramelo miraban hacia la ventana del salón de clases. La suya comenzaría a la siguiente hora. Seguía mirando hacia esa ventana. Dos amigas vinieron y la sacaron de su concentración.
      Oye, loca ¿Qué miras? — dijo Diana.
      Sí, oye, Anita. Pareces un zombie — dijo Gabriela.
Los ojos de Anita apuntaron hacia adelante. Sonrió.
      ¿Es él? — dijo Diana.

      Nunca le he hablado.
      No me digas que es él. Es un idiota. Siempre está solo. — dijo Gabriela.
Anita miró a la dos con una sonrisa pícara que no hacía juego con su tierno rostro ....
      Pero... ¿Javier? si él casi no se habla con nadie — dijo Diana.
      Además, parece un imbécil — dijo Gabriela — Me da pena ese tipo. Sólo se gilea extranjeras.
Rieron delicadamente. Hablaron sobre las fotos que subían a las redes sociales, sobre las fiestas que venían, sobre enamorado de Diana que se compraría un carro el próximo mes, sobre una amiga de ellas, de 19 años, que había salido embarazada . Rieron. Se tomaron dos fotos en las que las tres aparecían juntas y las subieron a esas páginas que ustedes conocen. Unos cuantos "Me gusta" aparecieron en cuestión de segundos.
      ¿Tienes alguna clase con él?
      Sólo una —  dijo  Anita.
      Anímalo, entonces.
      ¿Estás loca?
Gabriela y Diana se miraron y comenzaron a matarse de la risa. Javier salía del salón con una cara de aparentemente querer ir al baño.
      ¡Oye, Javier! —  dijo Diana.
Él no sabía quién lo llamaba. Volteó y vio que alguien le hacía una seña. "¿Qué querrán estas locas?". Siguieron haciéndole la seña. Decidió acercarse.
      ¡Oye, Javier! ¡A Anita le gustas! ¡A Anita le gustas! ¡Se muere por ti! ¡No sabes! Cuando está tomando su desayuno sueña contigo. Dice : “¡Ay, Javier, ñamñamñam!”
Él rió hasta que se le vio el esófago. La pobre bajó la mirada. Diana se reía a carcajadas. Las mejillas de Anita estaban rojas. Él no sabía qué agregar a lo que para él era una simple broma típica de una púber. “¡Ya, oye, Diana! ¡No le hagas bullying a la tiernita!”, dijo Gabriela, mientras la abrazaba acaricándole cariñosamente los cabellos. Se despidió de ellas con la mano y se fue al baño. Era el único ahí. Se miró al espejo. “Estas niñas de ahora”. Se lavó la cara. “Se ve tan tierna”. Puso las manos debajo del secador. “Esto será divertido”. Sonrió.
Anita entró a clase todavía enrojecida. Se sentó atrás. No se podía concentrar. “¿Por qué él?”, pensó. Se relamió los labios. “Sus labios”. Estaba aburrida. Se tomó una foto con el celular. Nadie atendía a la voz imperceptible del viejo profesor. La vio. “No”. La borró. Se tomó otra. Terminó la clase. Fue a tomar el bus para ir a casa. “Hola”, le dijo Javier cuando se cruzó con ella. La saludó con la mano y le guiñó el ojo antes de desaparecer. Sus mejillas se pusieron rojas. Sus delgadas piernas daban pasos cortos haciendo poco ruido con sus botas. Llegó al paradero. Ella pegaba su cuaderno contra su frágil cuerpo. “Anita, no te olvides del trabajo que tenemos que entregar”, decía un mensaje de texto de Diana. Llegó el bus. Javier estaba a diez metros. En casa abrazó fuerte a su mamá. Le dio un largo beso en la mejilla. “Tu papá no va a poder venir a verte esta semana. Vendrá la próxima.”, le dijo. Un perrito blanco vino a saludarla meneando la cola. Se lo llevó en brazos a su cuarto.
      Anita, tenemos que presentar el trabajo para mañana —  le dijo Diana en el chat de su celular.
      Espérame que estoy cansada. Voy a ducharme.
Se desnudó. El espejo del baño reflejaba unos redondos ojos color caramelo algo hundidos y con ligeras ganas de llorar, unas cejas bien pobladas, unas pestañas muy rizadas, unos labios delgados, un cuerpo esbelto con unas ligeras curvas en las caderas, una piel algo pálida, una lacia cabellera de color rubio oscuro que llegaba un poco más debajo de sus senos. Sus ojos analizaban la imagen de arriba a abajo. “¡Cuatro meses! ¡Cuatro malditos meses y él...! Bueno... ”, pensó ella ahora mirando hacia abajo. Después de que el agua acarició su cuerpo, revisó las notificaciones en su celular. “Solicitud de amistad: Javier Rodríguez. 1 amigo(s) en común”. “Todavía no”.
       ¡Anita, apúrate con el trabajo que no quiero amanecerme! — le dijo Diana por el chat.
Sus manos pálidas y frágiles asieron la toalla delicadamente mientras se secaba el peloBuscó en Internet un poco de información para su trabajo. No podía concentrarse. El perrito le hacía cariño con el hocico. “¡Él nunca me hablará! ¿Cómo hacerlo?”
      ¿Te parece esta información, Dianita?
      ¡No seas floja! Haz más.
La mañana del día siguiente fue demasiado húmeda y fría: se respiraba agua y había una ligera llovzina. Anita caminó apurada haciendo ruido con sus botas para no llegar tarde a la universidad. Javier, en el salón, miró de casualidad hacia atrás. Ella estaba entrando. Se sentó en la carpeta que estaba al costado de él. Se quitó la chaqueta lentamente. Las tiras rojas de su brassier sobresalían por encima de sus hombros desnudos. Él sonrió.
      Hola, ¿Puedes prestarme un lapicero?
     Es el único que tengo — dijo ella mostrando el lapicero metálico. Lo miró. Él le sonrió. Ella comenzó a buscar dentro de la cartuchera parsimoniosamente — No, es el único que tengo.
La profesora daba vueltas una y otra vez explicando más sobre la mala situación en Francia. Sólo la más inteligente tomaba notas. Los demás deslizaban los dedos sobre sus celulares para jugar algún videojuego estúpido o para ver en las redes sociales quién con quién estaban en una relación.
      Javier, est-ce que tu peux nous expliquer cette partie? — le preguntó la profesora
      Laquelle? — respondió él buscando alguna buena explicación.
      Celle du chômage.
       Le chômage représente l'ensemble des personnes de 15 ans et plus, privées d'emploi et en recherchant un. Il s’agit des personnes qui veulent travailler, mais la situation de son pays les empêche. Il y a d’autres définitions, je ne sais pas s’il y aura du temps pour les dire, madame. Je me rappelle d’une autre que j’ai entendue sur une vidéo d’Internet. Est-ce que cela suffit ?
      D’accord … — dijo la profesora poniendo cara de trasero. Volteó a seguir tratando de captar la atención de todos esos veinteañeros descarriados que deslizaban los dedos sobre sus celulares.
Anita también miraba con cara de trasero.
      Mettez-vous en groupes de deux! — dijo fuertemente la profesora.
Todos empezaron a buscar a algún compañero con quién hacer el ejercicio.
      ¿Tienes grupo ?
      No — dijo él — Acércate.
Movió la carpeta hacia él. Él posó una hoja de papel sobre la carpeta de ella.
      ¿Qué quieres que haga?
      ¿Te acuerdas de la tarea de la clase pasada? Sácala de tu mochila y de ahí me ayudas a completar esta hoja.
      No sé tanto francés como tú. Hazlo tú.
      Mejor hay que hacerlo juntos. Usa tus manitos y saca esa hojita de tu mochila.
      Escucha, la profesora está diciendo algo. Presta atención. La profe está dando indicaciones —  empezó a escribir. Estaba con las piernas muy juntas.
      Tonterías. Sólo tienes que poner la información ahí — Se disponía a mirar su cuello.
“¿Me está dejando mirarle el cuello? ¡Ni siquiera se inmuta!”. Dejó de escribir. Lentamente el cuello de ella se curveaba hacia atrás. Su cabellera cayó hacia atrás. Los ojos de él decidieron mirar hacia la ventana durante unos segundos. Hizo que su cabello caiga hacia adelante. Ella decidió seguir escribiendo.
      Déjame ayudarte —. Él le quitó la hoja. Empezó a escribir. Sus dedos largos rozaron la mano de ella, la cual tenía un anillo.
Apretó los labios. Ella se sentía bien: hacía cuatro meses que no se sentía así.
      Oye, ¡Pero no me ayudas! — sonrió.
      Esto es fácil, Anita. Sólo hay que completar este cuadro con esa hoja — dijo dulcemente.
      Pero la profesora dijo que esto se hace en otro orden.
      Así son las francesas: siempre se contradicen.
      Apúrate, entonces — dijo sonriendo.
      Tú hazlo, más bien.
Sus ojos se abrieron. “C’est fini!”, dijo la profesora haciendo un gesto exagerado con las manos. Todos empezaron a salir.
      Entrégale la hoja a la profe.
      ¿Vamos por ahí?
      No. Me voy a encontrar con unas amigas.
      De todas maneras, es el mismo camino.
Ella miraba abajo. Se puso de nuevo la chaqueta. Él se puso adelante. Ella lo siguió. Caminaron unos cuantos metros en silencio. Él, la agarró del hombro.
      ¡Chau!
La cogió por sorpresa. Ella demoró en poner la mejilla para recibir el beso. Los labios de él aterrizaron sobre un mechón de su pelo.
      Tiene la piel algo seca. Hasta mi vieja la tiene más suave.
Anita miró abajo cuando él desapareció. Ella tenía su cuaderno contra el cuerpo. Siguió caminando de frente hacia el patio de la universidad.
      ¿Por qué estás roja? — le dijo Diana
      Nada.
      Oye, ¿vas más tarde, no? Mi amigo me dio entradas. Gabriela también va.
      Sí, Anita. Vamos para que cambies esa cara de estúpida.
Ellas seguían cuchicheando. Javier miraba desde un segundo piso. Bajó las escaleras. Anita hablaba fuertemente. Él la miró. Ella lo saludó tímidamente con la mano. Él le sonrió y le guiñó el ojo. Anita bajó la mirada. Gabriela, de espaldas, volteó a ver a quién Anita saludaba con la mano. Él siguió de frente, cruzando todo ese mar de perfumes: uno, suave como los de las europeas que solía frecuentar; los otros dos, lo suficientemente fuertes como para matar a las siete plagas de Egipto. Gabriela bajó la mirada. Su mano con las uñas pintadas de negro acomodaron hacia atrás su cabellera de color azabache .
      Oye, ¿estás volada?
      Fuera oye, tiernita. Entonces, ¿Nos vemos en tu casa o nos vemos de frente allá, Diana?
El bus a casa estaba casi vacío. Anita se sentó sola. Miró las redes sociales en su celular. “¡Qué! ¿Una tercera enamorada en cuatro meses?”. En los asientos delante de ella había una pareja. “No importa: él no sabía besar. Me chocaba los dientes”. El chico acariciaba el cabello de la chica desde la raíz hasta las puntas. “¿Sus dedos largos me recorrerían así?”. El dorso de la mano del chico acariciaba las mejillas de su amada de arriba hacia abajo. “Sus labios son gruesos ¿Él sí sabría hacerlo bien?”. Vio sus solicitudes de contacto. “Ok. Lo aceptaré como contacto”. Ya en casa, se duchó. Se contempló desnuda en el espejo de su cuarto. Se sintió mal. Se probó todos los atuendos.  Buscó la más mínima imperfección. Rizó sus pestañas hasta que las curvas rebasaron los límites de la perfección. Se delineó los labios de izquierda a derecha estirándolos hacia adelante. Decidió que el aroma de la vainilla sería el que adornaría su cuerpo esa noche. Se puso los tacones más sensuales que encontró. Se puso frente al espejo. Se paró de costado estirando toda su columna hacia atrás.  Su cabello también caía salvajemente en esa dirección. Puso en su estado lo que haría esa noche, con quiénes iría y dónde iría. Se tomó una foto. La subió a las redes sociales.  Un montón de “Me gusta” aparecieron, incluso de Javier. Se miró al espejo de nuevo. Sus ojos soñadores se veían un poco llorosos. Vio de nuevo esa foto que acababa de subir. Sus labios no lograban dibujar ese arco perfecto tan deseado por los hombres. “¿Por qué no puedo?¿Por qué otras sí pueden? ¿Por qué?”, mientras miraba hacia abajo. La pimienta y la miel no siempre son la combinación correcta.
      Oye, nos encontramos en mi casa para hacer los previos.
      Claro ¿Me puedo quedar a dormir? — dijo por el chat.
      Sí.
La música suave del lugar hacía bailar a unos, y provocaba ganas de seguir bebiendo a otros. El bartender miraba las gloriosas piernas de Diana que sobresalían de su falda y que pisaban el suelo primero con las puntas de los pies. Ellas buscaban una mesa libre entre la marejada de gente bailando, bebiendo, gritando o tomándose fotos que luego subirían, —sí, adivinaron— a las redes sociales. El DJ miraba el escote perfectamente redondo que dibujaba el vestido negro de Gabriela. Un turista borracho se le acercó. “Go away!”, le dijo mirándolo de abajo hacia arriba.
      ¿Qué te dijo? — preguntó Anita.
      Ese estúpido me dijo que “la curva de mis labios rosados eran las más bonitas que había visto bla bla bla”. Con las justas le entendí lo que decía en inglés.
Las tres encontraron una mesa y pidieron unas cervezas. Javier estaba a tres mesas con un amigo, cuya enamorada estaba en la mesa revisando como loca su celular.
      Gracias por hacerme el favor, broer. ¿De dónde tienes tantos contactos?
      Tú, sabes. La próxima no me avises a último minuto tus planes maquiavélicos. Es la de ahí, ¿no? Oe, —hizo una seña a una chica que se acercaba a la mesa de ellos— Te presento a Kathryn.
      Nice to meet you.
      Nice to meet you too —  dijoEmpezaron a conocerse.
Javier fue al baño. “¿Otra canadiense? Esto será divertido”. Salió después de haberse mojado la cara. Su hombro chocó sin querer con alguien.
      ¡Hola! ¡Qué sorpresa! Vine con tu enamorada — le dijo Diana.
      Ja ja ja. Ya sabía.
      Oye, ¿nos tomas una foto?
Se acercó a la mesa de ellas. Le dio un beso en la mejilla a cada una. Las mejillas de Anita estaban rojas. Se alinearon de izquierda a derecha. Primero, Gabriela que se acomodó el pelo hacia atrás. Al centro, Diana y su sonrisa pícara. A la derecha, Anita, que se colgaba del hombro de Diana. Él se puso a la izquierda para darle un mejor efecto a la foto. “¡Sonrían!”. Todo salió perfecto, excepto Gabriela, cuyos ojos en la foto apuntaban hacia la izquierda.
      Esa vaina no le queda. Mejor que chape una sotana — pensó Javier mirando a Anita. Ellas le agradecieron. Se retiró a su mesa.
Una buena canción sonó. Javier tendió sus dedos largos a  Kathryn. “Sure!”, dijo ella. En el centro de la pista él puso la mano derecha detrás de la espalda de ella. Con la izquierda le cogió la mano. Caminaban elegantemente, mientras él la hacía dar vueltas. Ella sonreía mientras su cabellera rubia ondeaba por los aires. Los volantes de su vestido rojo flotaban elegantemente con cada paso. Anita tomó todo su vaso de un trago.
      Es graciosa su obsesión por las extranjeras. Me parece patético — le dijo Gabriela.
Los ojos de Anita estaban encendidos. Su ceño se frunció.
      Un vodka, por favor.
Javier seguía con Kathryn. Él hacía muecas, gestos de robot y la caminata lunar. La risa de ella dejaba ver sus dientes blancos y unos labios gruesos.
      Otro vodka, por favor.
Javier llevó de la mano a Kathryn de vuelta a la mesa. Chocaron palmas. Su amigo le contó unos chistes. Javier le contó otros. Se cagaron de la risa.
      ¿Puede traerme ahora un tequila?
      Oye, Anita, párala.
      Tráigame dos, entonces.
      Oye, Anita ¿estás loca? Mozo, ya no le traigan más.
Las tres se pusieron a bailar entre ellas en la pista. Anita se movía descontroladamente. Sonreía demasiado. Aun así, su cara se sentía algo adormecida. Las otras dos ser miraron raramente. Ondeaba el pelo demasiado al son de la música. “Déjala, nomás”. Se tomaba fotos hasta por gusto. “¡No! ¿Estás loca? ¿Y si le pasa algo?”. Estaba feliz. “Chicas, voy al baño”. Se vio gorda en el espejo.
      Oe, broer, justo me mandaron esta frase a mi celular.  « Elles prennent leur cul pour leur cœur et croient que la lune est faite pour éclairer leur boudoir. ». Tú que sabes francés, tradúcemela.
      ¿Quién te pasa esas frases? ¿Tú también te gileas francesas? Ja ja ja. Es joda, broer ¡Buena frase, ah! Eso aquí es muy cierto.
      ¡Oe, sí ah! ¡Qué buena! — dijo después de que se la explicó.
Una mano cogió a Javier y lo llevó a la pista. Javier miró sorprendido. Se dejó llevar por compromiso. La música era muy suave. Su cuerpo se acercó demasiado a él.  El amigo de Javier y su enamorada se miraban raramente. No había distancia entre su piel y la de ella. Sus brazos empezaron a envolver el cuello de él. “GoshWhat’s goin’ on?”, dijo Kathryn. “Don’t worry!”, le dijero a Kathryn. Él volteaba la cara. Se alejó. “¡No!” Apartó sus manos de su cuerpo. “Oye, cálmate”. Y una mano se la llevó. “You see? I told you, nothing would happen. He’s back now”. Caminaba tambaleándose haciendo demasiado ruido con los tacos. Todos la miraban extrañamente. Las luces del local empezaban a moverse más rápido. Su cara se sintió adormecida. Vio a la gente como manchas de luz moviéndose como gelatinas.  Vio al guardia de la discoteca como King Kong. “Ok, tú sostenla”. Sintió que el taxi se movía como si fuera un tren bala. Unos dedos con las uñas pintadas de negro le acariciaban los cabellos. “¡Yo le dije que no lo haga!”. Quería entender lo que las dos otras voces decían dentro del vehículo. “¡Todo por ese idiota!”. Ahora esos dedos le acariciaban el cuello. Se sentía tan bien. “¡Yo te dije que iba a pasar esto!”. Sus ojos se cerraron.
       Oye, loca. Ya son las 12 del mediodía.
Miró a su alrededor y vio un montón de cojines, unas paredes pintadas de blanco y la luz que entraba por la ventana.
      Me duele la cabeza.
Diana sonrió y empezó a contarle todo al oído. “Chicas, bajen que ya está el desayuno”, dijo la mamá de Diana. Se puso roja como un tomate.
      ¡No! ¿Y al final?
      Se fueron juntos.
Unas lágrimas estuvieron a punto de caer. El café del desayuno le supo más amargo. “¿Qué habrá pensado de mí? ¿Tan desesperada? ¿Por qué le malogré todo? ¿Yo, demasiado “tiernita”, como me dice Gabriela? ¿Ella tenía razón sobre él? ¿Por qué él? ¿Y mis ojos caramelo? ¿Mis labios delgados? ¿Por qué tienen más suerte? ¿Por qué la gorda de mi prima tenía un enamorado simpático? ¿Soy monse? ¿Soy …?¿Soy …? ¿Por qué tan inocente? ¿Por qué tantos “Me gusta” en Facebook para nada? ¿Por qué no tengo la picardía de Diana? ¿Por qué no soy así como Gabriela? ¿Piernas? ¿Pechos? ¿Soy …? ¿Vestirme de otra manera? ¿El corte? ¿Otro color de lápiz labial? ¿O simplemente, me falta “malicia”? ¿Soy…? ¿Soy…?”.  Sus ojos apuntaban hacia su reflejo sobre el café servido en la mesa. Dejó la taza incompleta. Diana la abrazó fuerte.
“No, mejor no le mando un mensaje de disculpas”, pensó al día siguiente mientras iba camino a la universidad. Su mano saludaba tímidamente a todos los conocidos con los que se cruzaba. Entró al salón. “¡Ay, no!”. Ella se puso al final. Sus ojos no querían voltear hacia adelante durante los ochenta minutos de clase, que se convirtieron en ochenta horas hasta que terminó. “¿A qué hora vienen éstas? ¡Sáquenme de aquí!”, pensó después, sentada en la misma banca mirando hacia adelante.
       ¡Hola! — dijo él.
La besó en la mejilla. Ella quedó fría. Su mejilla quedó inmóvil. Sus labios cayeron sobre un mechón de pelo. Él le sonrió ligeramente. Los labios de ella se mantuvieron en línea recta. Se fue.
      ¿Oye, tiernita, vienes a tomar lonche con nosotras?
      Te tenemos otro enamorado.
      No, chicas, disculpen. Tengo que irme rápido. Mi papá quiere verme.
Caminó sola. “¿Sola? Sí, sola. Puedo hacer lo que quiera. Salir a tonear cuando quiera, sin que otro estúpido me esté llamando diciendo “¿dónde estás?” ¡Claro!”. Siguió caminando, mientras vio a una pareja haciendo una escena de celos. “Puedo… puedo… comer chocolates, y nunca va a pasar nada. Nadie me puede molestar”. Por suerte, su cuerpo nunca la castigó por eso, así que fue a comprarlos a una tienda. Vio a una chica aparentemente más joven que ella con una barriga de ocho meses de embarazo. Sonrió. “Oye, floja, no te olvides del trabajo que tenemos que hacer”, le dijo Diana en un mensaje de texto. Sus dedos con las uñas pintadas de celeste trataron de no mancharse mientras los pedacitos de bombones deslizaban por sus delgados labios hasta llegar a sus blancos dientes. “Hijita, ven a verme la próxima semana, te tengo una sorpresa. Te quiero mucho”, decía un mensaje de texto. Salió de la tienda. Un gran ventarrón de aire húmedo la hizo tiritar mientras iba al paradero. Sus piernas empezaron a temblar mientras daban pasos cortos con sus botas de gamuza.
      Mmmm… ¡Esta niña tiene frío! — dijo él.
      ………………………………………… hola………………….
      Esto te puede ayudar — se sacó la chaqueta. Se la puso lentamente a ella alrededor de la espalda. Sus dedos rozaron sus hombros.
Caminaron media cuadra sin decirse nada. Él respiraba su perfume suave. Sólo había cinco centímetros entre ellos.
      Oye, discúlpame por lo de ese día. De verdad, Javier, sorry. Estaba confundida. No debió pasar. Disculpa por el roche con tus amigos. Disculpa por tu amiga.  —  sus ojos miraban hacia abajo.
      Olvídalo.
      ……………….
      Qué bueno que pidas disculpas, eres una buena niña. Aunque, pensándolo bien, hay otras formas de disculparse.
      ¿Ah?
La miró. Su mano se posó sobre la de ella. No se atrevía podía mirarlo. La volvió a mirar. Ella miraba hacia abajo. La miró de nuevo. Movió su pulgar sobre la mano de él. Ella pudo comenzar a sonreír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario