The constant happiness is curiosity.
— Alice Munro
— Hellen! — vociferó él, emocionado.
— Not again! — pensó ella al voltear su cabellera rubia.
Sus labios de color carmesí formaron una larga línea horizontal. Asió fuertemente su maleta con ruedas. Estaba parada con las piernas juntas.
— Hi! Your name was Javier, eh? — dijo tratando de que sus labios formen una curva.
— Yup, it’s a pleasure to see you again ¿Estás regresando a casa?
— No. Yo voy a Colombia.
— Really? Don’t you miss home?
— Home is where your heart is, Javier. That’s what they say. What about you?
— Aboat me? — añadió sonriendo.
Ella rió delicadamente al escuchar cómo él pronunció esa palabra. Viajeros extranjeros miraban perdidos alrededor. Los viajeros nacionales miraban monótonamente. Algunos, parados; otros, sentados en el piso leyendo; otros, conversando amenamente en el restaurante de comida rápida junto con sus laptops.
— Yes, aboat you, Javier.
Los ojos de él apuntaron hacia la izquierda.
— I’m going to Arequipa.
— ¡Arequipa! Es una ciudad muy bonito — respondió mientras sus ojos verdes lo escrutaban de arriba abajo. Levantó las pestañas. “Poor guy”, pensó.
Los dos estaban separados por medio metro. Se escuchaban todo tipo de idiomas: español peruano, caribeño, madrileño, inglés americano, británico, portugués brasileño, y chino mandarín. Ella tenía las manos cruzadas sobre su regazo. Su maleta con ruedas reposaba al costado. Las manos de Javier estaban en sus bolsillos. Ella miraba en el tablero electrónico la lista de salidas internacionales: Bogotá, Los Ángeles, Madrid. “¿Qué le digo?”. Los ojos de él apuntaban hacia la derecha. Ella miraba hacia abajo. “¿Qué mierda le digo ahora?”. Se pasó la mano por la frente. Los ojos de ella divagaban.
— Una pregunta, ¿Viniste sola?
— Sí. Yo sólo vine con un taxi.
— Pero ¿No te da nostalgia irte sola, sin que nadie te lleve al aeropuerto? Si hubiese podido, te hubiese acompañado.
— That would have been nice of you. It’s not the first time this happens.
Los pasajeros iban y venían sin parar. Todos ellos llevaban mochilas gigantes o maletas de ruedas. Él miraba hacia abajo. Sus ojos apuntaban hacia la izquierda. “Vamos, Javier. Piensa”. Ella bostezaba cubriéndose con la mano que tenía las uñas pintadas de forma muy cuidadosa. Su rostro apuntaba hacia afuera. Cruzó los brazos. “Piensa, Javier, faltan sólo unos minutos. Es la última vez”
— Hellen, Can I tell you something?
Ella lo miró fijamente.
— Oh, sorry, ¿Puedes ver mis cosas un momento? Yo debo de ir al tocador.
Él se quedó con la cara larga asiendo la maleta con ruedas. Ella llegó al baño. “Poor kid”, pensó. Su rostro poblado por unas mejillas rosadas se reflejó en el espejo. Sus ojos verdes rastrearon fríamente la más mínima imperfección. “How did he know about this?!”. Cogió un rizador de pestañas de su equipaje de mano. “Who told him about today?!”. Se arregló las pestañas parsimoniosamente de abajo hacia arriba cuidando hasta el más mínimo detalle. Apoyó el codo derecho contra el lavatorio. “Stalker!”. Su mano izquierda sostuvo sus rubios cabellos contra su pecho. Su mano derecha pintaba de carmesí el borde de su carnoso y sinuoso labio inferior. “C’mon, Hellen, not all Peruvians are like that”. Se fijó si su pelo seguía tan brillante como siempre. “... Somehow he must learn ... ”. Sostuvo delicadamente con el índice y el dedo medio el delineador de ojos. Después, utilizó un poco de sombras hasta que su párpados superiores quedaron de color humo. “Well, at least somebody came to say goodbye”. Quince minutos después, salió del baño. “I need some pop”. No solía demorarse tanto haciendo eso, hasta que vivió seis meses en México. Sus zapatos de tacón hacían ruido cuando pisaban. Sus caderas rotaban ágilmente con cada paso. Había una máquina expendedora al costado del pasillo. Regresó donde Javier sosteniendo una botella de Coca-Cola Zero con la mano izquierda.
— ¿Vas a extrañar algo de Perú o de Lima?
— Sí, a las personas — dijo monótonamente.
— ¿A alguien en especial?
— All of them are special.
Él la miró a los ojos. Ella, como un témpano, se rehusaba a voltear. Él se acercó un poco. Los hombros de ella empezaron a encogerse.
— Hellen, there is something I’d like to tell you.
Ella miraba el tablero electrónico.
— Time to go
— Hellen, I’d like to tell you that….
— Javier … Javier ... yo soy una viajera.
Hizo una larga pausa. Sus ojos verdes lo miraban con compasión. Ella sacó un papelito y un lapicero. Escribió algo, lo dobló y se lo entregó. Posó delicadamente sus labios sobre la mejilla izquierda de él. Lo miró. Partió. Su mano se despidió de él a lo lejos.
Hellen avanzó hacia el avión. Él bajó la cabeza. Ella recordó las playas de Máncora y lo bien que lo pasó allá, aunque más le gustaron las de Río de Janeiro. Él se pasó las manos por el rostro. También recordó los hermosos pájaros y las exóticas flores que vio en la Amazonía peruana: eran más bonitos que toda la flora y fauna que conoció el año pasado en Brasil. Él cogió su pequeña mochila y entró al baño y se encerró en uno de los cubículos. A ella se le vino a la mente la sensación de compasión cuando vio a esos niños pobres en el Cuzco, y le hizo recordar lo que había visto en Botswana, motivo por el cual decidió documentarlo en un video. “¿Por qué mierda la tuve que sacar a bailar?”. Sus ojos se apretaron y exhaló por la nariz. Ella recordó cómo se emocionó al visitar por primera vez esas ruinas que vio en un libro de historia: Macchu Picchu. “Era sólo una turista de mierda”… “Por las huevas era”… “Si ya se iba a ir”... “La mujer con la piel más suave que he conocido”. Respiraba agitadamente. Sus ojos miraban hacia abajo. Ella también recordó las Líneas de Nazca: esos gigantescos dibujos sobre el desierto no se comparaban ni con el Coliseo Romano ni con Chichen Itzá ni con el templo de Angkor Vat. Él permaneció ahí, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete minutos en silencio, con la cabeza abajo. “Vamos, no es la primera vez”… “¡Por gusto no acabas de volverte mayor de edad!”… “¡Fue algo pasajero!”… “¿Amor eterno?”… “¿Con una turista?”… “¡Es sólo una vaga!”… “¡Vino a vivir la vida loca!”… “¡Déjate de huevadas!”… “Sal, sal, sal de aquí, no sólo de este lugar, del país”. Ahora ella pensaba en todo lo que vería en Colombia: los festivales de salsa, el café del cual sus amigas le contaron tanto, los carnavales y sobre todo, la isla de San Andrés. Ella suspiró sonriente. Sus ojos miraban por la ventana con nostalgia desde su asiento mientras el avión despegaba.
Él volvió en sí. Se lavó la cara: Se vio en el espejo. “Javier, es solo eso: una viajera. Conocerás más de esas”. Después de haberse secado las manos, cogió su pequeña mochila y sacó su celular. En el aparato empezó a leer las noticias: Un hombre acababa de saltar exitosamente desde la estratósfera en paracaídas. “¿Y por qué el papelito?”. Revisó sus bolsillos. Lo desenrolló. Este contenía su nombre y su apellido. Decía “Google me”. Puso en el buscador de Internet de su celular ese nombre y apellido. Entró a la primera página que encontró. El título: Una viajera — A female traveler. Stories around the world and advice for girls with a sense of curiousity. Salió del baño sosteniendo el aparato mientras leía toda información. My name is Hellen. I’m 27 years old. Siguió por el pasillo cruzando los cafés del aeropuerto. Why travel? People say home is where your heart is. Estaba muy concentrado. Sin querer se chocó con una pareja de turistas que iba apurada. My passion for travel began when I was twelve. Bajó las escaleras mecánicas hacia el primer piso. Sus ojos seguían muy abiertos. My parents were determined to expose my sister and me to a bigger world outside our bubble. Su boca seguía abierta mientras leía y no le importaba que el montón de viajantes del primer piso que iba y venía siguiese chocándolo. In the year 1999 they pulled us out of school and took us on a seven month tour around Europe. Decidió detenerse. Había también un video: ella estaba hablando con una gran sonrisa sobre unos hermosos tulipanes en Rotterdam, todo esto narrado en un fluido holandés. Siguió de frente hacia la puerta principal. En otro video, su felicidad desbordaba al visitar el Domo de Milán y hablaba italiano con un perfecto acento lombardo. Un taxista le ofreció llevarlo en taxi. Ahora, otro video en el montaba un elefante en Bali. Mandó a la mierda a ese taxista con la mirada. Vio las novelas que había publicado: una trilogía sobre una feminista del siglo XIX. “¡No debí haber pensado eso!”, se dijo. En la página encontró más fotos: En Piura, en Cuzco, incluso una foto tomada cerca al hospital donde él nació, en Chiclayo. Encontró una foto en el mirador de Yanahuara: ella sonreía junto al volcán Misti al fondo iluminado por el imponente sol radiante, tal como el sol de ese día. Cuando llegó a la estrecha salida amarilla del aeropuerto, guardó el celular y sonrió.
— ¡Conoce mi país mejor que yo! ¡Tal vez yo también debería de visitar Arequipa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario