Este es un nuevo fragmento más de la novela que quiero escribir. Espero que les vuelva a gustar.
Una americana lo sacó a bailar. Después de tres canciones de Ray Barretto seguidas, Manuel dejó a esa americana para buscar a Daniel por todos los rincones de la salsoteca y preguntarle sobre el ensayo del día siguiente. No lo encontró porque seguro que se había fugado con esa madre soltera de la vez pasada a ese hotel con nombre de campeonato de tennis. La americana, con una sonrisa, vino de nuevo a sacarlo a bailar. Se llamaba Jackie, una dulce bióloga de Boston fanática de la fauna peruana —sobre todo de los osos de anteojos— y en dos días iba a regresar a Iquitos a proseguir con sus investigaciones, seguro para descubrir alguna cura contra las enfermedades tropicales. Se sentaron en una mesa y ella puso su pierna rosada cerca a la de él. Manuel de casualidad rozó su mano contra la rodilla de ella. Sonrió. Media hora después la acompañó a tomar un taxi. Decidió subirse al taxi porque él también vivía en San Miguel como ella. Terminaron en el mencionado hotel con nombre de campeonato de tennis.
Una americana lo sacó a bailar. Después de tres canciones de Ray Barretto seguidas, Manuel dejó a esa americana para buscar a Daniel por todos los rincones de la salsoteca y preguntarle sobre el ensayo del día siguiente. No lo encontró porque seguro que se había fugado con esa madre soltera de la vez pasada a ese hotel con nombre de campeonato de tennis. La americana, con una sonrisa, vino de nuevo a sacarlo a bailar. Se llamaba Jackie, una dulce bióloga de Boston fanática de la fauna peruana —sobre todo de los osos de anteojos— y en dos días iba a regresar a Iquitos a proseguir con sus investigaciones, seguro para descubrir alguna cura contra las enfermedades tropicales. Se sentaron en una mesa y ella puso su pierna rosada cerca a la de él. Manuel de casualidad rozó su mano contra la rodilla de ella. Sonrió. Media hora después la acompañó a tomar un taxi. Decidió subirse al taxi porque él también vivía en San Miguel como ella. Terminaron en el mencionado hotel con nombre de campeonato de tennis.
— ¡Conchasumadre!— pensó al despertarse después de 5 horas.
Eran las 8 de la mañana y a las 9 tenía ensayo con Daniel y el elenco de baile. Dejó durmiendo a Jackie, quien seguía teniendo el mismo suave aroma a algodón, a pesar de lo mucho que habían estado sudando durante 2 horas seguidas. Regresó rápidamente a casa para coger todo lo que necesitaba. Llegó al estudio de baile habiendo olvidado sus zapatos de baile, por lo que tendría que ensayar en calcetines.
— ¡Puta, cholo, estos huevones no llegan! ¡Voy a tener que reventarles el fono!— dijo Daniel pronunciando cholo como shoolo.
— Puta...broer, no queda otra. Tú sabes que siempre somos los únicos que llegamos puntual. Tú que has vivido en Gringolandia te das cuenta de la diferencia.
Daniel guiñó el ojo. Se habia tomado el trabajo de traer para la ocasión un percusionista que tocaría las congas. Harían una coreografía de salsa en 2 —o salsa On2, como solía decir el americanizado Daniel— y para ello necesitaban acostumbrarse a reconocer todos los golpes de las tumbadoras. Llegaron todos los demás. Eran tres parejas de baile en total. Daniel hizo que Manuel baile con Elisabeth. La germana, siempre ligera como una pluma gracias a sus años de patinaje sobre hielo, se sentía insegura porque su oído no lograba detectar el golpe de la conga en el que tenía que dar el primer paso.
— Das schaffe ich nicht!!!!― dijo ella frustrada.
— Das schaffst du doch!— le dijo Manuel convenciéndola de que ella sí podía.
Angel y Mónica lograban hacer los pasos durante tres tiempos musicales de forma correcta para después cagarla toda. El percusionista empezó a golpear los tambores más lento hasta que la salsa empezó a sonar como un cha cha cha. Fue ahí que pudieron hacer todas las figuras en pareja y piruetas en el tiempo musical correcto. Daniel y Claudia hicieron su apoteósico truco final, en el que ella terminaba sentada sobre la rodilla de él después de haber saltado por los aires.
— Das schaffe ich nicht!!!!― dijo ella frustrada.
— Das schaffst du doch!— le dijo Manuel convenciéndola de que ella sí podía.
Angel y Mónica lograban hacer los pasos durante tres tiempos musicales de forma correcta para después cagarla toda. El percusionista empezó a golpear los tambores más lento hasta que la salsa empezó a sonar como un cha cha cha. Fue ahí que pudieron hacer todas las figuras en pareja y piruetas en el tiempo musical correcto. Daniel y Claudia hicieron su apoteósico truco final, en el que ella terminaba sentada sobre la rodilla de él después de haber saltado por los aires.
— Puta, cholo, mañana en el congreso de salsa todos se van a cagar de envidia con estos trucos.
— Puede ser ahh...
— Sí, oe. Hay que callarles la boca a los puñaleros esos del Mambo Dance.
— Oe, ¿pero no que el director era tu pata?
— Nada, man. Ese tío es bien malhablado y como bueno se pone a rajar de nosotros. Ellos no tienen nada de técnica y bailan como los bailarines de los años noventas.
— Sí, man. Después de ese primer show que hicimos, ese día en el Cohiba, ahora todos quieren hacernos la cagada.
— Oe’ Manuelín. Tienes que guiar a Eli con más fuerza. Mucho se te está escapando. Todo les está saliendo a ustedes bien porque ella te ayuda demasiado. You know your shit, bro.
— Sí, ya sé. Oe’, ¿cómo hacemos mañana en el congreso de salsa? ¿bajas a los talleres?
— Nada. Angel yo y las demás no podemos en la mañana. Vamos a bajar solo para los shows y el social. Los otros días normal vamos a todo.
— Mejor.
— Oe’, apura, mierda con el desodorante — dijo Ángel, entrometiéndose en la conversación, porque esperaba que Manuel le devuelva su desodorante. Hasta eso se había olvidado en casa. Salió de los vestidores y acompañó a Elisabeth a su paradero.
El famoso congreso de salsa de Lima comenzaba a las 11 am del día siguiente. El salón en el segundo piso del exclusivo hotel Westin estaba repleto con todos los bailadores de Lima, Trujillo, México, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Israel y unos cuantos turistas de otras partes, entre los cuales había una suiza alemánica que hablaba schwiizerdüutsch por celular. Todos estaban aburridos porque a esa hora debía haber empezado el primer taller de baile por los últimos campeones de salsa del mundo, el portorriqueño Luis Aguilar y la rusa Anya Katsevman, pero estaban ausentes. Se rumoreaba que a último momento les habían negado la visa para venir a Perú. El productor del evento, Joel, se encontraba dando vueltas, sudando frío mientras hablaba por celular, tratando de encontrar la solución a este grave problema ante los pifeos de los asistentes.
— Ei, mermão! Tudo bom?— le dijo Manuel a alguien haciéndole una seña a alguien.
— Ei, parceiro! Tudo vai ser show hoje!
— Você vai dar aulas de zouk amanha no congresso, né?
— Pois é. A galera va gostar muito.
Era Emmanuel Gonçalves, un espigado brasileño que era DJ de salsa en su natal Recife, instructor de bailes de salón, cinturón azul en jiu jitsu Gracie y fanático del budismo Zen. Había conocido a Manuel en un evento en el que él había hecho una sensual demostración de zouk —un baile que es una especie de versión moderna de la lambada— con una alumna a la que había entrenado tan solo 2 horas antes. Manuel le había preguntado en portugués si daba clases de zouk y le dijo que sí; después tomaron una cerveza juntos y comenzaron a comparar a las brasileñas con las peruanas. Se iba a quedar en Perú para promover dicha danza, ya que había visto cómo otros colegas bailarines brasileños estaban haciendo muy popular el zouk en lugares inusuales como Ucrania, Liechtenstein y los países bálticos. Por tal motivo, daría una clase demostrativa de zouk en el congreso de salsa. Manuel era el único de su círculo de conocidos en el Perú que podía hablar bien el portugués y por tanto, ayudarlo a entender a los demás, motivo por el cual Emmanuel siempre lo llamaba você é o meu salvador. Por algún motivo, le importaba un bledo aprender español.
— Cadê o casal colombiano?— preguntó relajadamente Emmanuel sonriendo.
— O casal colombiano?— dijo Manuel sin comprender.
— Sim. Agora vai ter aulas com eles. O Joel me disse que a primeira aula vai ser com eles — dijo mientras se acomodaba el sombrero que solía utilizar cuando bailaba.
“Chicos, pasen al salón que va a empezar el primer taller, el de bachata”, dijo Joel. Lo darían Ricardo Murillo y Susana Polanco, una pareja campeona mundial de salsa caleña, ese estilo acrobático de salsa. Elegantes alfombras con diseños vanguardistas adornaban el recinto. Sobre estas, se hallaba un piso portátil especial de madera para que los bailadores hagan gala de sus pasos sin hacer mucho ruido. Al fondo, una tarima muy bien dispuesta iba a albergar a los instructores. Todos empezaron a buscar parejas como locos. Pronto se formaron varias filas para que no se choquen entre ellos. Las luces amarillas del salón daban un toque victoriano a ese ambiente latino. Manuel divisó a una rubia, de brazos cruzados, que tenía esa mirada perdida de las extranjeras. Sus labios eran carnosos. Vestía leggins negros y un top de color oliva. Le tendió la mano. Ella aceptó. Sus ojos denotaban alivio ya que se sentía ignorada entre ese mar de bailarines; aislada porque era un lunar blanco entre ese mar de pieles canelas, morenas y de otros colores.
Los colombianos tenían preparados unos sensuales movimientos de bachata para los asistentes. Empezaron a hacer la demostración al son de Odio de Romeo Santos. Manuel se sentía un poco intimidado al bailar con la extranjera: su piel era excesivamente suave. Quería mirarla, pero sus ojos verdes adornados con unas pestañas muy maquilladas eran demasiado penetrantes. Era muy elegante al bailar, aunque tenía la manía de mover más la cadera derecha que la izquierda.
— Cool moves, right?
— Yup. Please, could you translate what the instructor is saying for me? I know enough Spanish, but I don’t get what the he’s talking about— dijo ella pronunciando about como aboat.
— Of course. Colombians speak crappy Spanish, you know?
Después de traducirle lo que el maestro colombiano había dicho, Manuel le preguntó, por su acento, si era canadiense. Acertó. En las conversaciones averiguó que se trataba de una viajera empedernida desde los 12 años que se había hecho famosa en Internet gracias un blog en el que daba consejos para mujeres que querían mandar a la mierda sus rutinas diarias para cumplir de una buena vez por todas su sueño de recorrer el mundo. Había ganado concursos de literatura y deseaba ser la próxima Alice Munro. Además, hablaba fluidamente portugués, español y holandés. Residía en los Países Bajos y su amor por ese país la hacía considerarse la más holandesa de todas las canadienses —lo dijo con un fuerte acento mexicano porque allí aprendió a hablar español—. Su nombre: Hellen Keith. Sin embargo, él consideraba raro tener ese tipo de conversaciones mientras se hallaban abrazados en poses extrañas, a veces ella sosteniéndose de su cuello, a veces la pierna derecha de él entre las de ella, a veces la mano derecha de él sobre la espalada baja de ella, ya que eso era lo que demandaba la figura de baile que los colombianos demostraban, ahora, al son de Bachata en Fukuoka. La pareja colombiana hizo, para cerrar con broche de oro, una demostración de salsa caleña, lanzando a la chica por los aires para que esta aterrice haciendo una perfecta apertura de piernas. Las noventa y tantas parejas asistentes grabaron con sus cámaras la maniobra, aplaudieron y se retiraron a tomar agua y a secarse el montón de gotas de sudor que recorrían sus cuerpos.
— What’s going on?!— preguntó él al verla hacer grandes muecas de dolor.
— It’s my ankle. Sorry, that’s because I danced too much last night— dijo Hellen adolorida, sentándose a descansar. Se quitó los zapatos de tacón y comenzó a sobarse el tobillo. Sus hermosos labios expresaban un dolor como el de un parto — I’m sosorry. I can’t continue.
El dolor era tan fuerte que Manuel tuvo que ayudarla a bajar al primer piso y a conseguir un taxi a su hotel en Miraflores. Por suerte, al regresar al Westin, él pudo tomar las otras dos clases del taller con una despistada francesa que recién había llegado al evento.
En la noche todos estaban reunidos para los shows y la posterior fiesta social. Daniel llegó apurado con el resto del elenco para el ensayo previo al show. “¡Puta madre, este piso es una caca! Vamos a tener que echarle talco a nuestros zapatos”, dijo él al ver que las chicas no podían girar bien a pesar de las tantas horas previas de práctica. A las 9pm, todos los camerinos estaban repletos con por lo menos sesenta personas. El ambiente olía a laca y a maquillaje. Todas se pintarrajeaban y realizaban estiramientos. Todos se cambiaban en frente de todos. Sonaban todas las canciones de las coreografías desde los celulares de los directores de cada elenco. Manuel vio un montón de mujeres en ropa interior a las que lo único que les importaba era no arruinar sus peinados tan elaborados. Ángel y Mónica estaban teniendo una pequeña pelea de pareja porque él se había olvidado de traer los ganchos de pelo de ella. Los hombres, mientras tanto, también hacían estiramientos y algunos trataban de esconder esas ligeras barrigas para que les queden sus apretados trajes de baile. Muchos chismoseaban sobre cuáles serían los mejores números y quiénes lo harían peor. Algunos elencos deseaban que otros se resbalen. El show comenzó.
— ¡Bienvenidos al Congreso de Salsa de Perú 2012!— dijo el maestro de ceremonias con una voz ronca. Presentó a la pareja que abriría el evento ante la euforia de todos los asistentes.
Desde los camerinos se escuchaban las ovaciones que había recibido ese primer número, el de los otrora 5 veces campeones mundiales Oliver Pineda y Luda Kroitor. “¡Chicos, apúrense, para hacer un último ensayo!”, dijo Daniel. “Oe, Daniel, tú sales en 10 minutos con tu elenco”, avisó Joel, el productor. La tierna Elisabeth ya se encontraba elegantemente con su vestido negro y sus pantimedias. Se le ocurrió hacer estiramientos. Al tratar de estirar toda su pierna derecha con ayuda de la pared, se le rasgaron las pantimedias. “¡Puta madre! ¡No pues!”, dijo Manuel mirándola de una forma reprobatoria. “Eli, ¿no has traído otro par de pantys?”, dijo Daniel seriamente. El rostro de ella no quería responder. Daniel se llevó la palma hacia la frente. Era difícil que alguna de las otras bailarinas de los otros elencos en los vestuarios usase pantimedias de la misma talla que la alta alemana. Todos los del elenco se miraron las caras. “¡Daniel, ya prepara a tu gente, termina este número y sales!”.
— Mist!— vociferó ella, enojada.
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