sábado, 30 de agosto de 2014

British girls are really smart

Otro fragmento de la novela que pienso publicar. Espero que les guste de nuevo.


Buscó a Ellen para devolverle su colección de cuentos de Hemingway en inglés antes de que se hiciese tarde. Si no hubiese sido por ella, Manuel no hubiese sido capaz de conocer las magníficas historias que el otrora Premio Nobel  escribió durante su alegre estancia en Cuba, antes de que huyese despavorido de la isla al ver cómo a su gran amigo Fidel Castro se le ocurrió la gran idea de nacionalizar las propiedades de los extranjeros residentes en dicho país caribeño. Por suerte, alguien había dejado abierta la puerta metálica del edificio de San Isidro. Cuando su puño golpeó la puerta del departamento 305, no fue la misma mujer blanca la que abrió.
     ¡Qué coincidencia! Esta también tiene cara de no saber qué chucha hace en el Perú — pensó.
La mujer estaba aferrándose a la puerta.
     HelloIs Ellen home?
     Nope, she’s out at the moment, but she’ll be back around 10 —dijo con una voz muy pausada y dulce.
     Ok, can you give her these? Please, tell her it was her Hemingway’s short stories collection — dijo y le extendió el viejo libro comido por los gusanos.
     Sure! — dijo sin pronunciar la “r” — ... Tú debes ser Manuel, ¿verdad?
     Sí. Y tú eres... eh... mmmm ¿Diana?
     Yeah. Did she tell you about me?
     Sí — dijo él mientras buscaba alguna frase en su distraída mente.
Se quedó en blanco poniendo cara de estúpido.
     Are you British?
     Yes, I am — dijo exagerando el sonido de la “y”, la cual pronunció como una larga “i”.
     knew it — dijo con una sonrisa estúpida.
     Se nota que te diste cuenta. Puedo ver la cara de perdido que pones para tratar de entender lo que digo — dijo ella con una sonrisa pícara.
Manuel se cagó de la risa. Se despidió con la mano antes de tomar el ascensor.
     Alrightsee ya later !!!— dijo ella mirándolo fijamente, sin pronunciar la “r” de la última palabra.
“Esta tiene cara de hippie y aun así habla español mejor que Ellen que lleva años aquí ¡Qué pendejo es esto!”, pensó mientras estaba en la combi rellena de pasajeros. Él, como siempre, tomaba el asiento que estaba justo encima de la llanta trasera y se hacía el dormido para que no lo molesten las viejitas que seguramente le pedirían el asiento. Cuando regresó al su cubil, allá en Lince, se puso a leer un poco sobre Lord Castlereagh en Internet.
     ¿Por qué me habrá mirado fijamente? ¡Carajo, qué voz! ¡Qué bonita voz!
A la noche siguiente, no se pudo concentrar en la clase de salsa: la figura de baile era muy complicada, puesto que incluía muchos enredos de brazos y “voleos”. Además, sus manos y sus brazos, un poco flojos no guiaban a las chicas hacia la dirección adecuada. En este baile, todo era cuestión de tener un sentido del tacto muy desarrollado, demasiado desarrollado, según los maestros.
     Oe, Manuelín, no seas huevón. Tienes que poner tu mano a la altura de la frente de la flaca si quieres hacerla girar bien— le dijo Julio, el instructor, al oído, mientras pasaba revista a todas las parejas.
Sandra, con quien Manuel bailaba, no le dijo nada. Tenía toda la paciencia del mundo. Su cara no mostraba ninguna molestia ante sus fallas ¿Tanto le costaba hacer una preparación y hacerla girar tres veces en tres tiempos musicales? Cuando Julio dijo que cambien parejas, las otras chicas sí que pusieron cara de trasero.
     Hey, amigo, guíame más fuerte. No siento hacia dónde me quieres llevar— dijo la tercera chica con la que le tocó bailar, arrugando la frente.
     Ok. Un momento. Voy al baño.
Se refrescó la cara. Se miró al espejo. “´Ta ´mare, ¿por qué me sale mal? ¡Tanto tiempo en esta vaina por las huevas! La gringa Ellen tenía razón: “My leading technique in salsa really sucks”. Regresó desganado para ver tan solo la demostración final de la clase.
     Gente, no se olviden que hay un social este Sábado en la academia. Pro fondos para nuestro viaje al campeonato en Argentina. A sólo diez soles la entrada. Apóyennos, chicos— dijo Julio vociferando.
Todos estaban en círculo escuchándolo. Hacían planes y se intercambiaban los números de teléfono para ver quién iba a asistir. Manuel no tenía ganas de ir. Seis meses y seguía bailando hasta el pincho, según él. Sandra le hizo un toqueteo en la espalda.
     ¿Vas a ir?
     No sé, cachetona. Tal vez tenga otro compromiso.
     Tú y tus compromisos, mentiroso.
     Y tú, ¿vas a ir?
     Claro.
     Entonces ya tengo otro motivo para no ir.
La arequipeña le dio una palmada juguetona sobre el hombro. Él le dio un beso en la mejilla. Ni se despidió de los demás. Ni siquiera se le pasó por la cabeza acompañar a Sandra a su paradero. Caminó hacia el cuarto que alquilaba acordándose de que el dinero del premio se estaba acabando y tendría que trabajar de nuevo si no quería regresar a donde su mamá. Llegó molesto a casa. Arturo estaba afuera, en el patiecito, haciendo un poco de estiramientos.
     ¿Sigues con tu cojudez de Karate?
     ¡Wing Chun, idiota!
     Ja ja ja. Ok, sigue con tu “Ping Chun”.
     Ayúdame a estirarme pe’, hue’ón.
     No jodas.
Manuel entró al cuarto y empezó a revisar su laptop.
     ¿Oe y qué fue? ¿Fuiste donde la gringa que me contaste? — dijo después de haber abierto la puerta, secándose el sudor con una toalla pequeña.
     Sí. Ya le devolví su libro. Estaba de puta madre.
     ¿Y al fin la hiciste?
     Nada ¡Esa calientahuevos! Además no estaba ella.  Sólo estaba la flaca con la que vivía.
     ¿Y la flaca esa también está pa' darle?
     ¡‘Cha te importa!
     Ta’ mare, Monolo. Tú tienes el arco libre, sin arquero, y no pateas.
     Me llega, broer. Ese tipo de mujeres elige.
     Oe,  ¿no que mañana Sábado era su cumple?
     Sí, me invitó, pero no sé si ir. También mañana es ese social de salsa que te dije, pero sinceramente todo me llega al huevo.
     Habla, hay que bajar al cumple de la gringa.
     No sé...
     Vamos, hue’ón— le dijo dándole una palmada en el hombro.
     Oe, pero ¿no que tenías el cumple del pata de tu promo?
     ¡Chucha, verdad! Yo voy a estar un toque ahí y te doy el alcance.
     Sí, broer... ¡bastante vas a bajar!— dijo desconfiadamente mientras buscaba su pijama que debía estar tirado por el suelo.
     Sí,bro'er. En serio.
     Ya pues, le voy a decir para que te ponga en la lista ¡Pero no vayas a emborracharte y a gritar como loco “prejuiciosos de mierda” a toda la gente que pasaba como ese día que salimos del cumple de otro tu pata en San Borja, sino te dejo tirado por la avenida Javier Prado!
     ¡Ya, mierda!
A las ocho de la noche del día siguiente, Manuel se puso a ver Cabiria, pero se desanimó al ver que la película duraría cuatro horas. Se puso a leer Le Côté de Guermantes, pero le aburría el hecho de que el autor utilizara tan mal los signos de puntuación. "No me queda otra", pensó. Se vistió con la mejor camisa que tenía, el mejor par de jeans y estuvo a punto de echarse un poco de gel y hacerse algún peinado a la moda, pero al final le daba igual porque sólo iba a pasar un momento tranquilo en el cumpleaños de Ellen, en lugar de gilearse a alguien, ya que, después de lo de la vez pasada, se dio cuenta de que no sabía diferenciar entre el coqueteo amistoso y el verdadero deseo: se consideraba un fracaso con las mujeres y decidió “retirarse del negocio” hasta nuevo aviso. Arturo ya había salido hacía unas cuatro horas. Como hacía mucho frío, Manuel tomó un elegante blazer de Arturo que yacía tirado por la habitación. Arturo había engordado mucho por comer yogurt con cereal de caja, por lo que muchos de sus atuendos ya no le quedaban.
     Hi, Ellen. Do you still have my name on the list?
     Of course. Come before 11pm.
—  Can I bring a friend over?
     Yup, see you there — dijo ella pausadamente.

La discoteca de salsa se encontraba en el tercer piso de un  gran supermercado en Jesus María. Él entró por la gran puerta. Un montón de chicas bien pintarrajeadas y chicos fumando cigarros como locos estaban entrando. No era la única discoteca dentro de ese supermercado: eran cinco. Desde los pasillos sonaba todo tipo de música: electrónica, rock, merengue, románticas, entre otras. Por suerte, aquella en la cual Ellen haría su cumpleaños era la única con orquesta en vivo.
     Oe, Arturo, ya llegué ¿A qué hora bajas?
     Nada, broer. Me quedo chupando aquí.
     Ta’ mare, oe, la cagas. Por cierto, cogí tu blazer.
     ¿Quién chucha te dijo que lo hagas?
     Ya, mierda. Eso te pasa por falla. Hablamos — dijo Manuel por celular.
Ellen estaba en la puerta de la discoteca, con un vestido negro que le llegaba a la mitad de los muslos, seguido por unas pantimedias, también negras. Su cabellera rubia estaba más lacia que de costumbre. Lo recibió y lo abrazó. Él extrañaba sentir su típico perfume de vainilla y la suavidad de su piel.
     You  look really handsome!— dijo muy sonriente cuando lo abrazó.
     Esta gringa siempre con sus cojudeces...— pensó él.
El ambiente de la discoteca aún estaba calmado. La salsa que tocaba el DJ era muy suave. Había pocas parejas bailando. Los flashes de las cámaras abundaban. Todos posaban ante las fotos que serían subidas a las redes sociales. Los miembros de la orquesta entraban como hormigas cargando sus instrumentos. Ellen le presentó a todos sus amigos y amigas. Él se quitó el blazer y sacudió varios pelos rubios de ella que se le pegaron.
     Habla, oe, Manuel ¿Y cómo conoces a la gringa?— le dijo un amigo que tenían en común.
Manuel guiñó el ojo.
     ¿Oye, y a ti quién te invitó? — le dijo Vanessa sonriendo.
     Hola ¡Qué sorpresa! ¿Tú también la conoces?
     ¡Quién no conoce a Ellen!
Manuel hizo una pausa sonriendo.
     Tienes razón ¡Quién no conoce a Ellen!
Todos estaban sentados alrededor de dos mesas. Ellen estaba abrazando a uno de sus amigos. Este aprovechaba para tomarse una foto que sería, según él, la envidia en las redes sociales. Manuel estaba sentado justo en frente de ella. Sintió las piernas de ella rozarle el pie debajo de la mesa. Él retiró el pie. Ella insistió sutilmente. Los ojos de él la miraron de forma reprobatoria. Después, él volvió a su estado de paz. El celular de Ellen sonó. Salió disparada de su asiento con gran energía hacia la puerta del local.
    Tenía que ser Escorpio. Arturo tenía razón. Estas son las que eligen — pensó él.
Ellen regresó con un par de chicas blancas con esa mirada perdida de las extranjeras. Las dos llevaban vestidos muy elegantes que dejaban ver sus espaldas desnudas cubiertas con una que otra peca.
     Hey, Manuel, do you know Diana? — dijo Ellen cuando regresó.
     Of course.
     Hello! — dijo Diana exagerando el sonido de la “o”.
     And this is Christine. She’s from Australia.
Manuel también saludó a la "aussie" cordialmente. Volvió a su asiento, mientras veía a los demás cómo deslizaban rápidamente los pulgares sobre las pantallas de sus celulares. Diana , sosteniendo un gran vaso de cerveza, el cual bebía con sorbos casi imperceptibles que daban sus delgados labios pintados de rosado, se le acercó.
     ¡¡¡Hola!!!
     Hola...
     Tú eres el chico de la vez pasada ¿verdad?
     Sí — dijo un poco nervioso sin saber por qué.
     ¡Qué bien!
     ¿Y por qué llegaste al Perú? Tú también eres profesora de inglés aquí en Perú como Ellen?
     Oh no… Yo estoy de voluntaria aquí. Trabajaba para el NHS en Inglaterra. Habían cosas interesantes, pero me aburría ese país de mierda. — dijo ella sonriendo.
     ¿El NHS? ¿El National Health Service?
     ¡Exacto! ¡Qué inteligente este chico! — dijo sarcásticamente.
     Y seguro que ahora quieres recorrer el mundo...
     Yep, that's the one! Antes, estuve viviendo en Bolivia unos seis meses, pero me aburría porque no había mucha salsa para bailar. Ahí sólo escuchan cumbias y esas huevadas.
Manuel se cagó de risa.
     Hablas muy bien el español. You Brits are so smart.
     Gracias.
     Hasta ahora no entiendo cómo Ellen que estudió en la universidad para ser profesora de español en Estados Unidos, y después de un año  en México y uno en Perú, hasta ahora no hable bien el español.
     La Ellen es una cojuda — dijo sonriendo.
Manuel volvió a reírse a carcajadas, tanto así que tuvo que ir al baño a expulsar los dos litros de agua que todos los días tomaba. Después, se lavó la cara y se vio en el espejo. “Nunca más voy a gilearme extranjeras.”, pensó. Regresó y todos los de la mesa de Ellen estaban bailando. Él fue a comprar una botella de agua mineral y se sentó a la mesa.
     ¡Qué! ¿Ese huevón de nuevo? — se exclamó a sí mismo.
Era Martín, uno de los profesores de baile de la academia Sabor Dance, a donde iba Manuel. Estaba bailando con Ellen. Sus cuerpos estaban muy pegados. Bailaban pelvis contra pelvis esa salsa que la orquesta estaba tocando. Ella lo abrazaba. Manuel sonreía.
     Ese tío no aprende…. Si supiera ….¡Otro que se emociona al toque!—  pensó él.
Habían venido más bailadores amigos de Ellen. Se notaba que todos la conocían. Ella estaba feliz. Manuel estaba en paz. “Si en media hora no pasa nada, mejor voy al social”, pensó. La canción terminó y él seguía sentado. “Hace sólo un instante, éramos dos extraños, que se estrechan las manos y comienzan a hablar…”, era la letra de la canción. La canción era tan suave y elegante que hizo a Manuel sonreír, quien normalmente odiaba — por no decir, execraba— la salsa sensual. Diana estaba cruzada de piernas sosteniendo todavía el mismo gran vaso de cerveza. Seguía hablando con su amiga australiana. Su pelo rubio ondulado estaba amarrado. Él la miró. Ella se soltó el pelo, se lo acomodó y se lo volvió a amarrar. Él se acercó a ella y le tendió a la mano. Ella posó sus tres dedos sobre la palma de él, mientras era transportada a la pista. La australiana ponía cara de aburrida.
     Do you dance salsa On 1?— dijo pronunciando "On 1" como "on one".
     Of course!
Sus cuerpos bailaban suavemente. Ella se dejaba guiar de una manera suave. Sin embargo, daba pasos muy cortos. Su celular sonó.
     Oh, sorry! — dijo ella y se fue al baño rápidamente, dejándolo en medio de la pista de baile.
Manuel sonrió y se quedó parado. De lejos cómo Ellen bailaba sensualmente con Martín, rozándolo varias veces. Él sonreía. “Otra vez se va a quemar ese broer. Supongo que Julio no le habrá dicho nada. Creen que son iguales a las peruanas. Desde ahí la están cagando”. Se sentó para observar a las otras parejas. Había un hombre con una pierna ortopédica que bailaba excelentemente con dos mujeres a la vez. Él puso los ojos sobre la australiana. Diez segundos después, una suave mano lo jaló a la pista de baile.
     I’m back. Sorry — dijo Diana sonriente.
Ella lo llevó al mismo punto en donde bailaron. Inclusive, Diana se acomodó en la posición exacta en la cual estaban bailando antes de que corriese al baño. Ahora tenía el cabello suelto. Él  rio sutilmente.
      British girls are really smart — pensó él.

sábado, 23 de agosto de 2014

¿Dónde está Laura?

Este es un fragmento de una novela que publicaré en unos años. Espero que les guste.

Si no la impresionaba con sus habilidades en la lengua de Goethe, al menos lo haría con la destreza en el baile de salón. Cuando él caminaba por la calle daba tres pasos comenzando con el pie izquierdo, hacía una pausa imperceptible para los ajetreados pasantes y daba otros tres pasos. Repetía. En casa, ejercitaba movimientos de cadera, haciendo círculos a la derecha y luego a la izquierda, no sin sentirse un poco estúpido.  Hacía círculos con los hombros hacia adelante y hacia atrás. Analizaba su postura en el espejo. Sabía que sus hombros tenían que estar bien extendidos hacia afuera. En cada canción de salsa que escuchaba trataba de reconocer el primer golpe musical dando una pisada fuerte con — Sí, adivinaron—, con el pie izquierdo. Practicaba e improvisaba pasos con muchas canciones, sobre todo con una que decía: “Entren que caben cien. Cincuenta paraos, cincuenta de pie.”
      bien, broer. Ahora eres un calichín de pollada — le dijo Arturo cuando lo vio.
     Calla, mierda — dijo Manuel.
      bien todo lo que haces. Se te ve de puta madre, pero también necesitas una pareja con quién practicar las vueltas, pezweón.
Él empezó a mirar a Arturo de pies a cabeza.
     ¡Habla, ah! ¡Tú dirás! — dijo sonriendo.
     ¡Ándate a la mierda!
Entonces, cogió un palo de escoba. La noche del viernes, llegó a ese salsódromo en La Victoria, no sin miedo, porque el taxista tenía un montón de cicatrices, además que el taxi se metía por calles estrechas llenas de fumones. Llegó. Vio a toda la crema y nata de la escena de bailadores de salsa de salón afuera — se hacían llamar bailadores porque no todos tenían estudios de danza clásica: muchos eran amateurs, pero de los bravos  —. Saludó con la mano y con la mirada a todos los conocidos. Todos y todas estaban excesivamente bien vestidos. Era una apología a la metrosexualidad. Ni el show ni la orquesta habían comenzado.
     Puta madre, Julio tenía razón: Siempre hay que llegar a estos eventos tarde — pensó.
Divisó una larguísima mesa  donde estaban todos los veintitantos de la clase de nivel básico.  Saludó a unos cuantos y se sentó.
     ¿Dónde estará? — pensó.
Su mirada barrió todo el lugar. Estaban justo al pie del escenario, que estaba siendo recorrido por los músicos cargando sobre sus espaldas las congas, sacando  los trombones y trompetas de sus fundas, haciendo escalas musicales con los teclados. El DJ, para subir los ánimos de los bailadores ya casi por dormirse, puso una salsa sensual, cosa que le valió los abucheos del público, el cual consideraba escuchar la música de Jerry Rivera, Marc Anthony o Los Adolescentes y cualquier otro cantante de salsa sensual — salvo Frankie Ruiz o ciertos cantantes de salsa sensual que en su juventud hayan pertenecido a la Fania All Stars —  como un sacrilegio, ya que aquí se venía a escuchar salsas con letras que en su mayoría trataban de temas del barrio adornadas con largos y con complejos solos de trompetas, piano y percusión. Al costado, se encontraba la barra donde los bartenders miraban indiscretamente a las chicas que  al caminar movían inconscientemente las caderas haciendo figuras en forma de ocho y  hacían todo tipo de malabares con botellas, aunque a uno no muy ducho se le cayó una botella, motivo por el cual su supervisor lo puteó.
     ¡Oye, tú ya no saludas! — dijo Mónica, haciendo una seña con la mano para sacar a Manuel de su estupefacción.
     ¡Hola! Disculpa, es que no conozco a todos.
     Anda, sonso ¿Te acuerdas de la gente?
     Sí, de algunos.
     Ya pues, no seas así de sobrado. Ven.

Mónica lo hizo pararse y recorrer los bordes de las cuatro mesas que habían juntado para que se sienten los ahora treinta y tantos de ese grupo. Así, gracias a las dotes diplomáticas de ella, aparte de estrechar las manos y dar besos en las mejillas de los conocidos y conocidas de la clase de baile de nivel básico, Manuel  conoció a directores de otras academias de baile, excampeones nacionales de salsa y varios otros iniciados en el baile de salón de distintas escuelas. Aun así, él no la encontraba.
El DJ puso una canción cubana que decía “Ella no sabe de calle, pero le parte pa’rriba, porque en la calle está lo único que le devuelve la vida.”. Varios bailarines de salsa cubana que también vinieron empezaron a sacar a sus parejas a la redonda pista. Como de costumbre, cuando bailaban en pareja, caminaban en círculos. Cuando soltaban a sus parejas, bajaban la postura haciendo pasos a lo afro exagerando los movimientos de todas las articulaciones. Incluso, un cubano que él conocía sacó su pañuelo y empezó a ondearlo mientras hacía pasos de “rumba columbia” y “yambú”, coqueteando con su pareja, una morena. Por ahí, los que preferían la salsa de salón se metieron a bailar. Estos, al contrario, bailaban con sus parejas sobre una línea recta imaginaria, manteniendo una postura más perpendicular a comparación del suelo. Los amantes de la salsa cubana empezaron a mirar mal a estos últimos. Por ahí una pareja de salsa de salón, empezó a mostrar su destreza, recorriendo toda la redonda pista de baile haciendo el paso de “360°”, sin darse cuenta de que a uno de ellos se le cayó el celular. Por suerte, era de esos antiguos celulares Nokia que lo aguantaban todo.
     ¡Muy bien, señoras y señores! ¡Hoy comenzamos con….!
El sonido se cortó y el maestro de ceremonias no pudo continuar. La gente comenzó a abuchear. El sonidista le hizo un gesto de calma. El maestro de ceremonias tosió un poco, se secó el sudor con un pañuelo y continuó. A nadie le interesaba lo que decía. Empezó a nombrar a todas las escuelas de baile y los shows.
     ¡Qué onda, Manuelín! ¡Tienes que ver mi show, ah! — le dijo Julio, quien sostenía una cuba libre para darse valentía antes de las presentaciones.
     Sí, compadre. Te haré barra.
“Y por último, el número de los actuales campeones de salsa Julio y Claudia”, dijo fuertemente, al mismo tiempo que sonaban las palmas, las arengas y por ahí alguna matraca. Mientras tanto, Manuel sentía un apretón en la vejiga y se maldijo por haber tomado esos dos litros de agua diarios tres horas antes, como de costumbre. Se dirigió al baño de hombres, que estaba con la puerta abierta, pero sus ganas de miccionar tenían que esperar a que salga el montón de bailarines que se encontraban ahí preparándose para el espectáculo. Muchos de ellos estaban en calzoncillos buscando apresuradamente sus atuendos dentro de sus mochilas; otros, sacando sus camisas brillosas y aplicándose gel al cabello hasta que queden como puercoespines. Uno de ellos, un poco subido de peso, luchaba por meterse dentro de un brilloso traje de una sola pieza. “¡Conchasumadre! ¡Esta huevada me asfixia! ¡Oe’ broer, ayúdame!”, decía éste a un amigo. El amigo le dijo que exhalara completamente, y le empujó el traje desde la cabeza hacia abajo.
     ¡Asu madre! ¿Qué fue ahí? — pensó Manuel, mientras veía algo sorprendido. Sus piernas temblaban al no poder aguantar más las ganas de orinar.
Al costado, en el baño de mujeres, también con la puerta abierta, un montón de bailarinas entraba y salía para prepararse. Muchas también estaban en ropa interior; otras, ayudando a sus compañeras a colocarse flores en el cabello que sostenían con pequeños ganchos que muchas veces caían al suelo, teniendo que repetir la operación; otras, pintándose los labios de la manera más milimétrica posible; otras — las desdichadas de cabello rebelde —, planchándose el pelo; otras, haciendo estiramientos abriéndose completamente de piernas con los zapatos de tacón ya puestos; otras, ayudando a sus compañeras a delinearse las cejas; otras, tomándose un montón de fotos  haciendo muecas de besos frente al espejo  que serían subidas a las redes sociales. A una de ellas se le rompieron las pantimedias e hizo una mueca de enfado cuando se acordó de que sólo había traído un solo par, en vez de dos, como era la costumbre. Después de diez minutos estar mirando tantas curvas femeninas, Manuel al fin pudo entrar al baño de hombres.
     ¡Habla, man! ¿Tú también haciendo un show? — dijo Manuel saludando a un conocido que estaba vestido todo de blanco y descalzo, mientras se dirigía al urinario y se bajaba el cierre del pantalón.
     Sí. Voy a bailar un solo por primera vez. Voy a bailar “Aguanile
Manuel exhaló de alivio después de diez segundos de estar parado frente al urinario.
     ¿La de Héctor Lavoe? — dijo sonriente.
     No, la de Marc Anthony.
     Pucha, eso de bailar un solo es recontra tranca. Y para remate, te metiste a bailar esa versión de "Aguanilé". Suerte, man — dijo dándole una palmada amistosa en el hombro.
Se demoró un buen rato en el baño, perdiéndose el primer número de baile de la noche. Regresó a la mesa y vio el segundo número: el de una pareja de bailarines de salsa caleña que destacaba por la rapidez de sus pies, sus acrobacias mortales y porque el chico llevaba zapatos de baile con los colores de la bandera de Colombia. Él se estaba aburriendo. Siguieron varias coreografías más entre los cuales había un solo de una bailarina traída desde Venezuela, un grupo de alumnos que bailaron “rueda de casino” descoordinadamente, un número sólo de hombres, una fusión de lambada y zouk que hizo un profesor venido de Brasil y un sensual número de bachata que no dejó nada a la imaginación. La cabeza de Manuel volteó y encontró una cabellera rubia a diez metros. “Muy bien, señoras y señores, los tres veces campeones de salsa en la categoría “On1” ….un fuerte aplauso para …..¡¡¡¡ Julio y Claudia!!!”. Ella recién había llegado y se encontraba al extremo opuesto. Julio se paseó por toda la pista de baile con Claudia sosteniendo la cintura de ella con la mano derecha; después, la presentó al público, la hizo girar tres veces mientras que todos los ovacionaban. “Seguro que recién ha llegado, y pa’ concha con la espesa de su amiga”, pensó Manuel. Un montuno de piano comenzó a sonar. Manuel prefirió dejar de mirarla y admirar esa coreografía. Julio hizo girar diez veces a Claudia sobre su pie derecho. Su cabeza no podía aguantar y volteó de nuevo. “Baila como es … Como te gusta”, decía alegremente la canción en la cual la campana de bongó sonaba fuertemente. Sus ojos se fijaron en sus hombros desnudos un poco rosados. Ella volteó. Ahora, Julio levantó a Claudia desde la cintura, haciéndola caer y ella hizo una apertura de piernas hacia adelante y atrás. Ella estaba cuchicheando con una amiga que miraba indiscretamente. Ahora la pareja recorría toda la pista de baile haciendo “360” con dos giros. Mientras ellas seguían hablando, ella  discretamente lo señaló a él con el dedo. Él dejó de mirarla. Julio hizo girar diez veces a Claudia, mientras que ella daba vueltas con la cabeza apuntando hacia arriba. Una marejada de aplausos y gritos del público, seguidos de un fuerte “¡Te amo Julio!” por parte de una voz masculina, sonó en todo el salsódromo. La orquesta se preparó.
     Buenas noches damas, somos la Orquesta Internacional y ¿cómo se pide la salsa? ……..…….. ….. .. — mientras todos hacían las palmas de la clave salsera.
Un violín comenzó a sonar y todos los hombres estaban como moscas viendo a quién sacar a bailar. Algunos tendían la mano como buenos caballeros; otros, jalaban de las muñecas a las damas; había unas cuantas europeas que sacaban a bailar al caballero con el cual se sintiesen más a gusto. Manuel se quedó en la mesa viendo cómo la pista se llenaba. Cada pareja demostraba lo mejor que hacía. “Se me perdió la cartera. Ya no tengo más dinero”, decía la letra de la canción, mientras sonaba un violín con una raspada de güiro. Había  los que les gustaba hacer girar a la chica varias veces. Había los que les gustaba tomar un montón de espacio, chocando accidentalmente a otros con los pies. Había los que preferían mover las caderas en forma circular. Había los que les gustaba zapatear con la punta y el taco, haciendo figuras extrañas. “Y eso que un espiritista me mandó un baño de plantas. Con gajos de hierba y gotas de agua bendita”, decía ahora la canción. Manuel entonces miró y la vio de nuevo, reconociendo sus rosados hombros desnudos: Laura estaba con zapatos de tacón de color piel.
     ¿Es alemana y está usando tacos? — pensó él.
Ella bailaba con un tipo un poco despistado. Su figura esbelta recorría el espacio que dejaba su pareja para que pase. Sus delgadas piernas daban pasos largos. Su pelo rubio hasta la altura de los hombros ondeaba con cada giro que le daba su pareja. El tipo la guiaba apretándole las manos demasiado fuerte durante la canción. La cara de Laura hacía una permanente mueca que aniquilaba su dulzura. Manuel, para no aburrirse, decidió sacar a bailar a Mónica, quien estaba a punto de prender un cigarrillo. Manuel trataba de bailar bien, y lo hizo, pero su mente estaba distraída. Se salió del ritmo varias veces, confundiendo el primer golpe de la música con el quinto. A Mónica le importaba un bledo y siguió bailando porque quería que se le pase el efecto de todos los tragos que había bebido de un sol sorbo. La canción terminó y Manuel fue al encuentro de Laura, no sin antes haber dejado a Mónica en su lugar.
     Gute Nacht, Frau Weininger! — dijo él sonriendo.
     Gute NachtHerr Rodríguez! ¡Qué sorpresa! ¡Yo creía que  no venías!
Los ojos de Manuel miraron hacia arriba, frunciendo el ceño.
     Sí, Laura ¿No te da frío estar así?
     No, para nada. Tú sabes que yo estaba habituada a la nieve.
Mientras el cantante de la orquesta daba unas palabras de agradecimiento, ellos dos seguían conversando: Él parado y ella sentada. Él estaba con las manos en los bolsillos. Ella, cruzando sus largas piernas. Los músicos se pusieron de nuevo a tocar. El pie de ella apuntaba hacia él. Sonaron las trompetas. “Siento una voz que me dice: ¡Agúzate, que te están velando!”, decía ahora el cantante de la orquesta, mientras los trompetistas hacían de nuevo un ruido estruendoso.
     Möchtest du tanzen? — dijo tendiéndole la mano.
     Na klar!
La suave mano izquierda de Laura estaba demasiado tibia. Ni caliente ni fría: tibia. La tomó de la mano. Ella lo siguió, destacándose por ser más alta. Cruzaron la marejada de parejas que bailaban. Encontraron un buen espacio, al centro a la derecha. Su mano izquierda tomó la derecha de ella, apretándola con el pulgar para asegurarse de que “no se le escapase”. Su mano derecha se posó sobre su omóplato izquierdo. El largo brazo derecho de Laura se posó sobre el derecho de él, reposando fuertemente la mano izquierda sobre el hombro de Manuel. Pisó hacia adelante con el pie izquierdo. Ella lo siguió y pisó hacia atrás con el derecho. Los músicos seguían tocando las trompetas cada vez más fuerte en la nota musical de "La" menor.
     No me pongas la mano en el hombro que vas a hacer que me caiga.
     Was? — dijo sin entender.
     ¡No me pongas la mano en el hombro que vas hacer que me caiga por la presión!
     Was? ¿Qué dijiste? Yo no te puedo escuchar — dijo ella inclinándose para escuchar mejor.
     … Nada ...

Él quitó la mano de ella de su hombro y la puso mejor sobre su espalda. Ella no dijo nada. Él abrió un espacio para que ella pase y Laura caminó elegantemente levantando un poco las rodillas antes de posar las puntas de sus zapatos de tacón en el suelo. “Y yo pasaría de tonto si no supiera, que uno debe estar mosca por donde quiera”, decía la canción. Él cambió de posición y la tomó de las dos manos, la paseó y la hizo girar dos veces. Ella sonreía, mientras hacía figuras elegantes con sus largos brazos. Su respiración se agitaba un poco sin sudar casi nada. Él, en cambio, sudaba mucho. “Y es por eso que yo digo de esta manera, que ese individuo no sabe en qué se metió”. Manuel la soltó y bailaron separados. Él zapateaba con la punta y el taco derechos mientras su peso estaba en la pierna izquierda. Pateó de casualidad a alguien.
     ¡Disculpa! — dijo él.
El tipo le hizo una señal de que todo estaba bien. Laura rió un poco cubriéndose la boca con los dedos.
Volvió a tomarla de los dos brazos, dio medio giro sin soltarla, y dándole la espalda, la hizo transportarse de un lado a otro. Una pareja de un tipo corpulento y una chica un poco rellena los chocó sin querer. Manuel casi se cae del empujón, ya que el piso estaba lo suficientemente resbaloso como para bailar. Laura rió un poco mostrando los dientes superiores.
      Para que una mujer sonría, sólo hay que hacer que se mueva — pensó él.
Las caderas de Laura rotaban muy poco. Sin embargo, ella siempre estaba al tiempo  de la música, gracias a sus conocimientos del violín y violoncelo, a diferencia de muchas peruanas que solían confundir el primer golpe de la música con el quinto. La respiración de Laura se sentía un poquito más agitada. “Siento una voz que me dice: Agúzate que te están velando”, mientras sonaba la trompeta fuertemente.  Manuel la soltó de nuevo y se puso a bailar alrededor de ella. Sus ojos miraban a todos lados. Los que no bailaban rajaban de todos los que estaban en la pista aprobando la habilidad de unos y criticando cada uno de sus defectos, sean las pisadas, la forma de mover las manos, las caderas o los gestos involuntarios que hacían. Entonces, vino el largo solo de timbales de la canción. “¡Cuero! ¡Cuero!”, decía el cantante. Laura exhalaba sonriendo por el cansancio de los seis minutos de la canción. El fotógrafo de la discoteca, un tipo bajo de cabello largo amarrado con una cola, barba de chivo y sonrisa afeminada, se paseaba como una abeja por todos los rincones de la pista haciendo posar a todas las personas solas, parejas y grupos de amigos para las fotos del evento que luego serían colgadas en las redes sociales. Laura y Manuel seguían bailando ahora en posición cerrada. El fotógrafo se acercó y les apuntó con  la cámara. Manuel tuvo que improvisar la mejor sonrisa y no sabía dónde poner las manos. El fotógrafo los hizo posar: Ella rápidamente se apoyó en él. Él miraba de frente y ella de costado; El vestido de Laura era un vestido veraniego de color negro estampado con flores rojas que llegaba exactamente a sus rodillas, con una pretina en la cintura el cual dejaba ver su tierna espalda desnuda y el cual hacía juego con la camiseta de color rojo oscuro de Manuel. Laura, a la derecha de Manuel,  apoyaba su cuerpo contra el de él, sosteniéndose de él con sus dos tiernas manos a la altura de las costillas de Manuel; ella había bajado el mentón un poco mirando fijamente y sonriendo tiernamente. Él la sostenía de la espalda, posando los dedos índice, medio, anular y meñique contra su omóplato derecho. Su pulgar, no la tocó, quedando en el aire. Trató de sonreír, pero se sentía nervioso. Después de 5 segundos de haber posado, el fotógrafo dio su visto bueno. La canción terminó y  regresaron a su lugar.
     ¿Qué habrá querido decir con todo eso? — se preguntó Manuel.
Laura le sonrió y le dijo que iría al baño.
     Supongo que irá a secarse, porque no tiene nada de maquillaje ¡Estas mujeres son tan diferentes! — pensó él.
Él seguía pensando en ella, mientras que la orquesta empezó a tocar la versión de “Toro Mata” de Celia Cruz. Todos, de nuevo, empezaron a buscar pareja. Él la buscaba con la mirada, pero obviamente se demoraría en el tocador. De todas maneras, seguía volteando la cabeza. Decidió caminar hacia la barra para tomar agua mineral. En el camino, una delgada mujer blanca de mejillas rosadas, pelo color azabache hasta la altura del mentón y vestido negro hasta unos tres centímetros debajo de las rodillas se le acercó.
     ¿Tú quiejés bailáj? — dijo ella tendiéndole la mano.
Él aceptó y la llevó hacia la pista.
     Ésta tiene mirada aristocrática. Debe de ser francesa — pensó Manuel.

domingo, 17 de agosto de 2014

Segundo Episodio: Sin Malicia


Le désir de plaire naît chez les femmes avant le besoin d'aimer.
    Ninon de Lenclos

Miró en su celular las fotos de sus amigas y sus enamorados besándose, en alguna fiesta o de viaje por algún lugar interesante. Luego, vio los “Me gusta” de sus propias fotos. “¡Ay qué linda!”, “¡Qué regia y qué lindo vestido!”, “¡Churra!”, “¡Qué hermosa mujer! ¡No tienes comparación!”, entre otros, eran los comentarios en las redes sociales a sus propias fotos. Suspiró. Sus piernas yacían cruzadas sobre la banca.  Su largo cabello caía sobre sus rodillas. Ahora, sus ojos color caramelo miraban hacia la ventana del salón de clases. La suya comenzaría a la siguiente hora. Seguía mirando hacia esa ventana. Dos amigas vinieron y la sacaron de su concentración.
      Oye, loca ¿Qué miras? — dijo Diana.
      Sí, oye, Anita. Pareces un zombie — dijo Gabriela.
Los ojos de Anita apuntaron hacia adelante. Sonrió.
      ¿Es él? — dijo Diana.

      Nunca le he hablado.
      No me digas que es él. Es un idiota. Siempre está solo. — dijo Gabriela.
Anita miró a la dos con una sonrisa pícara que no hacía juego con su tierno rostro ....
      Pero... ¿Javier? si él casi no se habla con nadie — dijo Diana.
      Además, parece un imbécil — dijo Gabriela — Me da pena ese tipo. Sólo se gilea extranjeras.
Rieron delicadamente. Hablaron sobre las fotos que subían a las redes sociales, sobre las fiestas que venían, sobre enamorado de Diana que se compraría un carro el próximo mes, sobre una amiga de ellas, de 19 años, que había salido embarazada . Rieron. Se tomaron dos fotos en las que las tres aparecían juntas y las subieron a esas páginas que ustedes conocen. Unos cuantos "Me gusta" aparecieron en cuestión de segundos.
      ¿Tienes alguna clase con él?
      Sólo una —  dijo  Anita.
      Anímalo, entonces.
      ¿Estás loca?
Gabriela y Diana se miraron y comenzaron a matarse de la risa. Javier salía del salón con una cara de aparentemente querer ir al baño.
      ¡Oye, Javier! —  dijo Diana.
Él no sabía quién lo llamaba. Volteó y vio que alguien le hacía una seña. "¿Qué querrán estas locas?". Siguieron haciéndole la seña. Decidió acercarse.
      ¡Oye, Javier! ¡A Anita le gustas! ¡A Anita le gustas! ¡Se muere por ti! ¡No sabes! Cuando está tomando su desayuno sueña contigo. Dice : “¡Ay, Javier, ñamñamñam!”
Él rió hasta que se le vio el esófago. La pobre bajó la mirada. Diana se reía a carcajadas. Las mejillas de Anita estaban rojas. Él no sabía qué agregar a lo que para él era una simple broma típica de una púber. “¡Ya, oye, Diana! ¡No le hagas bullying a la tiernita!”, dijo Gabriela, mientras la abrazaba acaricándole cariñosamente los cabellos. Se despidió de ellas con la mano y se fue al baño. Era el único ahí. Se miró al espejo. “Estas niñas de ahora”. Se lavó la cara. “Se ve tan tierna”. Puso las manos debajo del secador. “Esto será divertido”. Sonrió.
Anita entró a clase todavía enrojecida. Se sentó atrás. No se podía concentrar. “¿Por qué él?”, pensó. Se relamió los labios. “Sus labios”. Estaba aburrida. Se tomó una foto con el celular. Nadie atendía a la voz imperceptible del viejo profesor. La vio. “No”. La borró. Se tomó otra. Terminó la clase. Fue a tomar el bus para ir a casa. “Hola”, le dijo Javier cuando se cruzó con ella. La saludó con la mano y le guiñó el ojo antes de desaparecer. Sus mejillas se pusieron rojas. Sus delgadas piernas daban pasos cortos haciendo poco ruido con sus botas. Llegó al paradero. Ella pegaba su cuaderno contra su frágil cuerpo. “Anita, no te olvides del trabajo que tenemos que entregar”, decía un mensaje de texto de Diana. Llegó el bus. Javier estaba a diez metros. En casa abrazó fuerte a su mamá. Le dio un largo beso en la mejilla. “Tu papá no va a poder venir a verte esta semana. Vendrá la próxima.”, le dijo. Un perrito blanco vino a saludarla meneando la cola. Se lo llevó en brazos a su cuarto.
      Anita, tenemos que presentar el trabajo para mañana —  le dijo Diana en el chat de su celular.
      Espérame que estoy cansada. Voy a ducharme.
Se desnudó. El espejo del baño reflejaba unos redondos ojos color caramelo algo hundidos y con ligeras ganas de llorar, unas cejas bien pobladas, unas pestañas muy rizadas, unos labios delgados, un cuerpo esbelto con unas ligeras curvas en las caderas, una piel algo pálida, una lacia cabellera de color rubio oscuro que llegaba un poco más debajo de sus senos. Sus ojos analizaban la imagen de arriba a abajo. “¡Cuatro meses! ¡Cuatro malditos meses y él...! Bueno... ”, pensó ella ahora mirando hacia abajo. Después de que el agua acarició su cuerpo, revisó las notificaciones en su celular. “Solicitud de amistad: Javier Rodríguez. 1 amigo(s) en común”. “Todavía no”.
       ¡Anita, apúrate con el trabajo que no quiero amanecerme! — le dijo Diana por el chat.
Sus manos pálidas y frágiles asieron la toalla delicadamente mientras se secaba el peloBuscó en Internet un poco de información para su trabajo. No podía concentrarse. El perrito le hacía cariño con el hocico. “¡Él nunca me hablará! ¿Cómo hacerlo?”
      ¿Te parece esta información, Dianita?
      ¡No seas floja! Haz más.
La mañana del día siguiente fue demasiado húmeda y fría: se respiraba agua y había una ligera llovzina. Anita caminó apurada haciendo ruido con sus botas para no llegar tarde a la universidad. Javier, en el salón, miró de casualidad hacia atrás. Ella estaba entrando. Se sentó en la carpeta que estaba al costado de él. Se quitó la chaqueta lentamente. Las tiras rojas de su brassier sobresalían por encima de sus hombros desnudos. Él sonrió.
      Hola, ¿Puedes prestarme un lapicero?
     Es el único que tengo — dijo ella mostrando el lapicero metálico. Lo miró. Él le sonrió. Ella comenzó a buscar dentro de la cartuchera parsimoniosamente — No, es el único que tengo.
La profesora daba vueltas una y otra vez explicando más sobre la mala situación en Francia. Sólo la más inteligente tomaba notas. Los demás deslizaban los dedos sobre sus celulares para jugar algún videojuego estúpido o para ver en las redes sociales quién con quién estaban en una relación.
      Javier, est-ce que tu peux nous expliquer cette partie? — le preguntó la profesora
      Laquelle? — respondió él buscando alguna buena explicación.
      Celle du chômage.
       Le chômage représente l'ensemble des personnes de 15 ans et plus, privées d'emploi et en recherchant un. Il s’agit des personnes qui veulent travailler, mais la situation de son pays les empêche. Il y a d’autres définitions, je ne sais pas s’il y aura du temps pour les dire, madame. Je me rappelle d’une autre que j’ai entendue sur une vidéo d’Internet. Est-ce que cela suffit ?
      D’accord … — dijo la profesora poniendo cara de trasero. Volteó a seguir tratando de captar la atención de todos esos veinteañeros descarriados que deslizaban los dedos sobre sus celulares.
Anita también miraba con cara de trasero.
      Mettez-vous en groupes de deux! — dijo fuertemente la profesora.
Todos empezaron a buscar a algún compañero con quién hacer el ejercicio.
      ¿Tienes grupo ?
      No — dijo él — Acércate.
Movió la carpeta hacia él. Él posó una hoja de papel sobre la carpeta de ella.
      ¿Qué quieres que haga?
      ¿Te acuerdas de la tarea de la clase pasada? Sácala de tu mochila y de ahí me ayudas a completar esta hoja.
      No sé tanto francés como tú. Hazlo tú.
      Mejor hay que hacerlo juntos. Usa tus manitos y saca esa hojita de tu mochila.
      Escucha, la profesora está diciendo algo. Presta atención. La profe está dando indicaciones —  empezó a escribir. Estaba con las piernas muy juntas.
      Tonterías. Sólo tienes que poner la información ahí — Se disponía a mirar su cuello.
“¿Me está dejando mirarle el cuello? ¡Ni siquiera se inmuta!”. Dejó de escribir. Lentamente el cuello de ella se curveaba hacia atrás. Su cabellera cayó hacia atrás. Los ojos de él decidieron mirar hacia la ventana durante unos segundos. Hizo que su cabello caiga hacia adelante. Ella decidió seguir escribiendo.
      Déjame ayudarte —. Él le quitó la hoja. Empezó a escribir. Sus dedos largos rozaron la mano de ella, la cual tenía un anillo.
Apretó los labios. Ella se sentía bien: hacía cuatro meses que no se sentía así.
      Oye, ¡Pero no me ayudas! — sonrió.
      Esto es fácil, Anita. Sólo hay que completar este cuadro con esa hoja — dijo dulcemente.
      Pero la profesora dijo que esto se hace en otro orden.
      Así son las francesas: siempre se contradicen.
      Apúrate, entonces — dijo sonriendo.
      Tú hazlo, más bien.
Sus ojos se abrieron. “C’est fini!”, dijo la profesora haciendo un gesto exagerado con las manos. Todos empezaron a salir.
      Entrégale la hoja a la profe.
      ¿Vamos por ahí?
      No. Me voy a encontrar con unas amigas.
      De todas maneras, es el mismo camino.
Ella miraba abajo. Se puso de nuevo la chaqueta. Él se puso adelante. Ella lo siguió. Caminaron unos cuantos metros en silencio. Él, la agarró del hombro.
      ¡Chau!
La cogió por sorpresa. Ella demoró en poner la mejilla para recibir el beso. Los labios de él aterrizaron sobre un mechón de su pelo.
      Tiene la piel algo seca. Hasta mi vieja la tiene más suave.
Anita miró abajo cuando él desapareció. Ella tenía su cuaderno contra el cuerpo. Siguió caminando de frente hacia el patio de la universidad.
      ¿Por qué estás roja? — le dijo Diana
      Nada.
      Oye, ¿vas más tarde, no? Mi amigo me dio entradas. Gabriela también va.
      Sí, Anita. Vamos para que cambies esa cara de estúpida.
Ellas seguían cuchicheando. Javier miraba desde un segundo piso. Bajó las escaleras. Anita hablaba fuertemente. Él la miró. Ella lo saludó tímidamente con la mano. Él le sonrió y le guiñó el ojo. Anita bajó la mirada. Gabriela, de espaldas, volteó a ver a quién Anita saludaba con la mano. Él siguió de frente, cruzando todo ese mar de perfumes: uno, suave como los de las europeas que solía frecuentar; los otros dos, lo suficientemente fuertes como para matar a las siete plagas de Egipto. Gabriela bajó la mirada. Su mano con las uñas pintadas de negro acomodaron hacia atrás su cabellera de color azabache .
      Oye, ¿estás volada?
      Fuera oye, tiernita. Entonces, ¿Nos vemos en tu casa o nos vemos de frente allá, Diana?
El bus a casa estaba casi vacío. Anita se sentó sola. Miró las redes sociales en su celular. “¡Qué! ¿Una tercera enamorada en cuatro meses?”. En los asientos delante de ella había una pareja. “No importa: él no sabía besar. Me chocaba los dientes”. El chico acariciaba el cabello de la chica desde la raíz hasta las puntas. “¿Sus dedos largos me recorrerían así?”. El dorso de la mano del chico acariciaba las mejillas de su amada de arriba hacia abajo. “Sus labios son gruesos ¿Él sí sabría hacerlo bien?”. Vio sus solicitudes de contacto. “Ok. Lo aceptaré como contacto”. Ya en casa, se duchó. Se contempló desnuda en el espejo de su cuarto. Se sintió mal. Se probó todos los atuendos.  Buscó la más mínima imperfección. Rizó sus pestañas hasta que las curvas rebasaron los límites de la perfección. Se delineó los labios de izquierda a derecha estirándolos hacia adelante. Decidió que el aroma de la vainilla sería el que adornaría su cuerpo esa noche. Se puso los tacones más sensuales que encontró. Se puso frente al espejo. Se paró de costado estirando toda su columna hacia atrás.  Su cabello también caía salvajemente en esa dirección. Puso en su estado lo que haría esa noche, con quiénes iría y dónde iría. Se tomó una foto. La subió a las redes sociales.  Un montón de “Me gusta” aparecieron, incluso de Javier. Se miró al espejo de nuevo. Sus ojos soñadores se veían un poco llorosos. Vio de nuevo esa foto que acababa de subir. Sus labios no lograban dibujar ese arco perfecto tan deseado por los hombres. “¿Por qué no puedo?¿Por qué otras sí pueden? ¿Por qué?”, mientras miraba hacia abajo. La pimienta y la miel no siempre son la combinación correcta.
      Oye, nos encontramos en mi casa para hacer los previos.
      Claro ¿Me puedo quedar a dormir? — dijo por el chat.
      Sí.
La música suave del lugar hacía bailar a unos, y provocaba ganas de seguir bebiendo a otros. El bartender miraba las gloriosas piernas de Diana que sobresalían de su falda y que pisaban el suelo primero con las puntas de los pies. Ellas buscaban una mesa libre entre la marejada de gente bailando, bebiendo, gritando o tomándose fotos que luego subirían, —sí, adivinaron— a las redes sociales. El DJ miraba el escote perfectamente redondo que dibujaba el vestido negro de Gabriela. Un turista borracho se le acercó. “Go away!”, le dijo mirándolo de abajo hacia arriba.
      ¿Qué te dijo? — preguntó Anita.
      Ese estúpido me dijo que “la curva de mis labios rosados eran las más bonitas que había visto bla bla bla”. Con las justas le entendí lo que decía en inglés.
Las tres encontraron una mesa y pidieron unas cervezas. Javier estaba a tres mesas con un amigo, cuya enamorada estaba en la mesa revisando como loca su celular.
      Gracias por hacerme el favor, broer. ¿De dónde tienes tantos contactos?
      Tú, sabes. La próxima no me avises a último minuto tus planes maquiavélicos. Es la de ahí, ¿no? Oe, —hizo una seña a una chica que se acercaba a la mesa de ellos— Te presento a Kathryn.
      Nice to meet you.
      Nice to meet you too —  dijoEmpezaron a conocerse.
Javier fue al baño. “¿Otra canadiense? Esto será divertido”. Salió después de haberse mojado la cara. Su hombro chocó sin querer con alguien.
      ¡Hola! ¡Qué sorpresa! Vine con tu enamorada — le dijo Diana.
      Ja ja ja. Ya sabía.
      Oye, ¿nos tomas una foto?
Se acercó a la mesa de ellas. Le dio un beso en la mejilla a cada una. Las mejillas de Anita estaban rojas. Se alinearon de izquierda a derecha. Primero, Gabriela que se acomodó el pelo hacia atrás. Al centro, Diana y su sonrisa pícara. A la derecha, Anita, que se colgaba del hombro de Diana. Él se puso a la izquierda para darle un mejor efecto a la foto. “¡Sonrían!”. Todo salió perfecto, excepto Gabriela, cuyos ojos en la foto apuntaban hacia la izquierda.
      Esa vaina no le queda. Mejor que chape una sotana — pensó Javier mirando a Anita. Ellas le agradecieron. Se retiró a su mesa.
Una buena canción sonó. Javier tendió sus dedos largos a  Kathryn. “Sure!”, dijo ella. En el centro de la pista él puso la mano derecha detrás de la espalda de ella. Con la izquierda le cogió la mano. Caminaban elegantemente, mientras él la hacía dar vueltas. Ella sonreía mientras su cabellera rubia ondeaba por los aires. Los volantes de su vestido rojo flotaban elegantemente con cada paso. Anita tomó todo su vaso de un trago.
      Es graciosa su obsesión por las extranjeras. Me parece patético — le dijo Gabriela.
Los ojos de Anita estaban encendidos. Su ceño se frunció.
      Un vodka, por favor.
Javier seguía con Kathryn. Él hacía muecas, gestos de robot y la caminata lunar. La risa de ella dejaba ver sus dientes blancos y unos labios gruesos.
      Otro vodka, por favor.
Javier llevó de la mano a Kathryn de vuelta a la mesa. Chocaron palmas. Su amigo le contó unos chistes. Javier le contó otros. Se cagaron de la risa.
      ¿Puede traerme ahora un tequila?
      Oye, Anita, párala.
      Tráigame dos, entonces.
      Oye, Anita ¿estás loca? Mozo, ya no le traigan más.
Las tres se pusieron a bailar entre ellas en la pista. Anita se movía descontroladamente. Sonreía demasiado. Aun así, su cara se sentía algo adormecida. Las otras dos ser miraron raramente. Ondeaba el pelo demasiado al son de la música. “Déjala, nomás”. Se tomaba fotos hasta por gusto. “¡No! ¿Estás loca? ¿Y si le pasa algo?”. Estaba feliz. “Chicas, voy al baño”. Se vio gorda en el espejo.
      Oe, broer, justo me mandaron esta frase a mi celular.  « Elles prennent leur cul pour leur cœur et croient que la lune est faite pour éclairer leur boudoir. ». Tú que sabes francés, tradúcemela.
      ¿Quién te pasa esas frases? ¿Tú también te gileas francesas? Ja ja ja. Es joda, broer ¡Buena frase, ah! Eso aquí es muy cierto.
      ¡Oe, sí ah! ¡Qué buena! — dijo después de que se la explicó.
Una mano cogió a Javier y lo llevó a la pista. Javier miró sorprendido. Se dejó llevar por compromiso. La música era muy suave. Su cuerpo se acercó demasiado a él.  El amigo de Javier y su enamorada se miraban raramente. No había distancia entre su piel y la de ella. Sus brazos empezaron a envolver el cuello de él. “GoshWhat’s goin’ on?”, dijo Kathryn. “Don’t worry!”, le dijero a Kathryn. Él volteaba la cara. Se alejó. “¡No!” Apartó sus manos de su cuerpo. “Oye, cálmate”. Y una mano se la llevó. “You see? I told you, nothing would happen. He’s back now”. Caminaba tambaleándose haciendo demasiado ruido con los tacos. Todos la miraban extrañamente. Las luces del local empezaban a moverse más rápido. Su cara se sintió adormecida. Vio a la gente como manchas de luz moviéndose como gelatinas.  Vio al guardia de la discoteca como King Kong. “Ok, tú sostenla”. Sintió que el taxi se movía como si fuera un tren bala. Unos dedos con las uñas pintadas de negro le acariciaban los cabellos. “¡Yo le dije que no lo haga!”. Quería entender lo que las dos otras voces decían dentro del vehículo. “¡Todo por ese idiota!”. Ahora esos dedos le acariciaban el cuello. Se sentía tan bien. “¡Yo te dije que iba a pasar esto!”. Sus ojos se cerraron.
       Oye, loca. Ya son las 12 del mediodía.
Miró a su alrededor y vio un montón de cojines, unas paredes pintadas de blanco y la luz que entraba por la ventana.
      Me duele la cabeza.
Diana sonrió y empezó a contarle todo al oído. “Chicas, bajen que ya está el desayuno”, dijo la mamá de Diana. Se puso roja como un tomate.
      ¡No! ¿Y al final?
      Se fueron juntos.
Unas lágrimas estuvieron a punto de caer. El café del desayuno le supo más amargo. “¿Qué habrá pensado de mí? ¿Tan desesperada? ¿Por qué le malogré todo? ¿Yo, demasiado “tiernita”, como me dice Gabriela? ¿Ella tenía razón sobre él? ¿Por qué él? ¿Y mis ojos caramelo? ¿Mis labios delgados? ¿Por qué tienen más suerte? ¿Por qué la gorda de mi prima tenía un enamorado simpático? ¿Soy monse? ¿Soy …?¿Soy …? ¿Por qué tan inocente? ¿Por qué tantos “Me gusta” en Facebook para nada? ¿Por qué no tengo la picardía de Diana? ¿Por qué no soy así como Gabriela? ¿Piernas? ¿Pechos? ¿Soy …? ¿Vestirme de otra manera? ¿El corte? ¿Otro color de lápiz labial? ¿O simplemente, me falta “malicia”? ¿Soy…? ¿Soy…?”.  Sus ojos apuntaban hacia su reflejo sobre el café servido en la mesa. Dejó la taza incompleta. Diana la abrazó fuerte.
“No, mejor no le mando un mensaje de disculpas”, pensó al día siguiente mientras iba camino a la universidad. Su mano saludaba tímidamente a todos los conocidos con los que se cruzaba. Entró al salón. “¡Ay, no!”. Ella se puso al final. Sus ojos no querían voltear hacia adelante durante los ochenta minutos de clase, que se convirtieron en ochenta horas hasta que terminó. “¿A qué hora vienen éstas? ¡Sáquenme de aquí!”, pensó después, sentada en la misma banca mirando hacia adelante.
       ¡Hola! — dijo él.
La besó en la mejilla. Ella quedó fría. Su mejilla quedó inmóvil. Sus labios cayeron sobre un mechón de pelo. Él le sonrió ligeramente. Los labios de ella se mantuvieron en línea recta. Se fue.
      ¿Oye, tiernita, vienes a tomar lonche con nosotras?
      Te tenemos otro enamorado.
      No, chicas, disculpen. Tengo que irme rápido. Mi papá quiere verme.
Caminó sola. “¿Sola? Sí, sola. Puedo hacer lo que quiera. Salir a tonear cuando quiera, sin que otro estúpido me esté llamando diciendo “¿dónde estás?” ¡Claro!”. Siguió caminando, mientras vio a una pareja haciendo una escena de celos. “Puedo… puedo… comer chocolates, y nunca va a pasar nada. Nadie me puede molestar”. Por suerte, su cuerpo nunca la castigó por eso, así que fue a comprarlos a una tienda. Vio a una chica aparentemente más joven que ella con una barriga de ocho meses de embarazo. Sonrió. “Oye, floja, no te olvides del trabajo que tenemos que hacer”, le dijo Diana en un mensaje de texto. Sus dedos con las uñas pintadas de celeste trataron de no mancharse mientras los pedacitos de bombones deslizaban por sus delgados labios hasta llegar a sus blancos dientes. “Hijita, ven a verme la próxima semana, te tengo una sorpresa. Te quiero mucho”, decía un mensaje de texto. Salió de la tienda. Un gran ventarrón de aire húmedo la hizo tiritar mientras iba al paradero. Sus piernas empezaron a temblar mientras daban pasos cortos con sus botas de gamuza.
      Mmmm… ¡Esta niña tiene frío! — dijo él.
      ………………………………………… hola………………….
      Esto te puede ayudar — se sacó la chaqueta. Se la puso lentamente a ella alrededor de la espalda. Sus dedos rozaron sus hombros.
Caminaron media cuadra sin decirse nada. Él respiraba su perfume suave. Sólo había cinco centímetros entre ellos.
      Oye, discúlpame por lo de ese día. De verdad, Javier, sorry. Estaba confundida. No debió pasar. Disculpa por el roche con tus amigos. Disculpa por tu amiga.  —  sus ojos miraban hacia abajo.
      Olvídalo.
      ……………….
      Qué bueno que pidas disculpas, eres una buena niña. Aunque, pensándolo bien, hay otras formas de disculparse.
      ¿Ah?
La miró. Su mano se posó sobre la de ella. No se atrevía podía mirarlo. La volvió a mirar. Ella miraba hacia abajo. La miró de nuevo. Movió su pulgar sobre la mano de él. Ella pudo comenzar a sonreír.