miércoles, 3 de diciembre de 2014

Una escena más

Este es un nuevo fragmento más de la novela que quiero escribir. Espero que les vuelva a gustar.

Una americana lo sacó a bailar. Después de tres canciones de Ray Barretto seguidas, Manuel dejó a esa americana para buscar a Daniel por todos los rincones de la salsoteca y preguntarle sobre el ensayo del día siguiente. No lo encontró porque seguro que se había fugado con esa madre soltera de la vez pasada a ese hotel con nombre de campeonato de tennis. La americana, con una sonrisa, vino de nuevo a sacarlo a bailar. Se llamaba Jackie, una dulce bióloga de Boston fanática de la fauna peruana —sobre todo de los osos de anteojos— y en dos días iba a regresar a Iquitos a proseguir con sus investigaciones, seguro para descubrir alguna cura contra las enfermedades tropicales. Se sentaron en una mesa y ella puso su pierna rosada cerca a la de él. Manuel de casualidad rozó su mano contra la rodilla de ella. Sonrió. Media hora después la acompañó a tomar un taxi. Decidió subirse al taxi porque él 
también vivía en San Miguel como ella. Terminaron en el mencionado hotel con nombre de campeonato de tennis.
     ¡Conchasumadre!— pensó al despertarse después de 5 horas.
Eran las 8 de la mañana y a las 9 tenía ensayo con Daniel y el elenco de baile. Dejó durmiendo a Jackie, quien seguía teniendo el mismo suave aroma a algodón, a pesar de lo mucho que habían estado sudando durante 2 horas seguidas. Regresó  rápidamente a casa para coger todo lo que necesitaba. Llegó al estudio de baile habiendo olvidado sus zapatos de baile, por lo que tendría que ensayar en calcetines.
     ¡Puta, cholo, estos huevones no llegan! ¡Voy a tener que reventarles el fono!— dijo Daniel pronunciando cholo como shoolo.
     Puta...broer, no queda otra. Tú sabes que siempre somos los únicos que llegamos puntual. Tú que has vivido en Gringolandia te das cuenta de la diferencia.
Daniel guiñó el ojo. Se habia tomado el trabajo de traer para la ocasión un percusionista que tocaría las congas. Harían una coreografía de salsa en 2 —o salsa On2, como solía decir el americanizado Daniel— y para ello necesitaban acostumbrarse a reconocer todos los golpes de las tumbadoras. Llegaron todos los demás. Eran tres parejas de baile en total. Daniel hizo que Manuel baile con Elisabeth. La germana, siempre ligera como una pluma gracias a sus años de patinaje sobre hielo, se sentía  insegura porque su oído no lograba detectar el golpe de la conga en el que tenía que dar el primer paso. 

       —  Das schaffe ich nicht!!!!― dijo ella frustrada.
       —  Das schaffst du doch!— le dijo Manuel convenciéndola de que ella sí podía. 

Angel y Mónica lograban hacer los pasos durante tres tiempos musicales de forma correcta para después cagarla toda. El percusionista empezó a golpear los tambores más lento hasta que la salsa empezó a sonar como un cha cha cha. Fue ahí que pudieron hacer todas las figuras en pareja y piruetas en el tiempo musical correcto. Daniel y Claudia hicieron su apoteósico truco final, en el que ella terminaba sentada sobre la rodilla de él después de haber saltado por los aires.
     Puta, cholo, mañana en el congreso de salsa todos se van a cagar de envidia con estos trucos.
     Puede ser ahh...
     Sí, oe. Hay que callarles la boca a los puñaleros esos del Mambo Dance.
     Oe, ¿pero no que el director era tu pata?
     Nada, man. Ese tío es bien malhablado y como bueno se pone a rajar de nosotros. Ellos no tienen nada de técnica y bailan como los bailarines de los años noventas.
     Sí, man. Después de ese primer show que hicimos, ese día en el Cohiba, ahora todos quieren hacernos la cagada.
     Oe’ Manuelín. Tienes que guiar a Eli con más fuerza. Mucho se te está escapando. Todo les está saliendo a ustedes bien porque ella te ayuda demasiado. You know your shitbro.
     Sí, ya sé. Oe’, ¿cómo hacemos mañana en el congreso de salsa? ¿bajas a los talleres?
     Nada. Angel yo y las demás no podemos en la mañana. Vamos a bajar solo para los shows y el social. Los otros días normal vamos a todo.
     Mejor.
     Oe’, apura, mierda con el desodorante — dijo Ángel, entrometiéndose en la conversación, porque esperaba que Manuel le devuelva su desodorante. Hasta eso se había olvidado en casa. Salió de los vestidores y acompañó a Elisabeth a su paradero.
El famoso congreso de salsa de Lima comenzaba a las 11 am del día siguiente. El salón en el segundo piso del exclusivo hotel Westin estaba repleto con todos los bailadores de Lima, Trujillo, México, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Israel y unos cuantos turistas de otras partes, entre los cuales había una suiza alemánica que hablaba schwiizerdüutsch por celular. Todos estaban aburridos porque a esa hora debía haber empezado el primer taller de baile por los últimos campeones de salsa del mundo, el portorriqueño Luis Aguilar y la rusa Anya Katsevman, pero estaban ausentes. Se rumoreaba que a último momento les habían negado la visa para venir a Perú. El productor del evento, Joel,  se encontraba dando vueltas, sudando frío mientras hablaba por celular, tratando de encontrar la solución a este grave problema ante los pifeos de los asistentes.
     Ei, mermãoTudo bom?— le dijo Manuel a alguien haciéndole una seña a alguien.
     Ei, parceiro! Tudo vai ser show hoje!
     Você vai dar aulas de zouk amanha no congresso, né?
     Pois é. A galera va gostar muito.
Era Emmanuel Gonçalves, un espigado brasileño que era DJ de salsa en su natal Recife, instructor de bailes de salón, cinturón azul en jiu jitsu Gracie y fanático del budismo Zen. Había conocido a Manuel en un evento en el que él había hecho una sensual demostración de zouk —un baile que es una especie de versión moderna de la lambada— con una alumna a la que había entrenado tan solo 2 horas antes. Manuel le había preguntado en portugués si daba clases de zouk y le dijo que sí; después tomaron una cerveza juntos y comenzaron a comparar a las brasileñas con las peruanas. Se iba a quedar en Perú para promover dicha danza, ya que había visto cómo otros colegas bailarines brasileños estaban haciendo muy popular el zouk en lugares inusuales como Ucrania, Liechtenstein y los países bálticos. Por tal motivo, daría una clase demostrativa de zouk en el congreso de salsa. Manuel era el único de su círculo de conocidos en el Perú que podía hablar bien el portugués y por tanto, ayudarlo a entender a los demás, motivo por el cual Emmanuel siempre lo llamaba você é o meu salvador. Por algún motivo, le importaba un bledo aprender español.
     Cadê o casal colombiano?— preguntó relajadamente Emmanuel sonriendo.
     O casal colombiano?— dijo Manuel sin comprender.
     Sim. Agora vai ter aulas com eles. O Joel me disse que a primeira aula vai ser com eles — dijo mientras se acomodaba el sombrero que solía utilizar cuando bailaba.
“Chicos, pasen al salón que va a empezar el primer taller, el de bachata”, dijo Joel. Lo darían Ricardo Murillo y Susana Polanco, una pareja campeona mundial de salsa caleña, ese estilo acrobático de salsa. Elegantes alfombras con diseños vanguardistas adornaban el recinto. Sobre estas, se hallaba un piso portátil especial de madera para que los bailadores hagan gala de sus pasos sin hacer mucho ruido. Al fondo, una tarima muy bien dispuesta iba a albergar a los instructores. Todos empezaron a buscar parejas como locos. Pronto se formaron varias filas para que no se choquen entre ellos. Las luces amarillas del salón daban un toque victoriano a ese ambiente latino. Manuel divisó a una rubia, de brazos cruzados, que tenía esa mirada perdida de las extranjeras. Sus labios eran carnosos. Vestía leggins negros y un top de color oliva. Le tendió la mano. Ella aceptó. Sus ojos denotaban alivio ya que se sentía ignorada entre ese mar de bailarines; aislada porque era un lunar blanco entre ese mar de pieles canelas, morenas y de otros colores.
Los colombianos tenían preparados unos sensuales movimientos de bachata para los asistentes. Empezaron a hacer la demostración al son de Odio de Romeo Santos. Manuel se sentía un poco intimidado al bailar con la extranjera: su piel era excesivamente suave. Quería mirarla, pero sus ojos verdes adornados con unas pestañas muy maquilladas eran demasiado penetrantes. Era muy elegante al bailar, aunque tenía la manía de mover más la cadera derecha que la izquierda.
     Cool movesright?
     Yup. Please, could you translate what the instructor is saying for me? I know enough Spanish, but I don’t get what the he’s talking about— dijo ella pronunciando about como aboat.
     Of course. Colombians speak crappy Spanish, you know?
Después de traducirle lo que el maestro colombiano había dicho, Manuel le preguntó, por su acento, si era canadiense. Acertó. En las conversaciones averiguó que se trataba de una viajera empedernida desde los 12 años que se había hecho famosa en Internet gracias un blog en el que daba consejos para mujeres que querían mandar a la mierda sus rutinas diarias para cumplir de una buena vez por todas su sueño de recorrer el mundo. Había ganado concursos de literatura y deseaba ser la próxima Alice Munro. Además, hablaba fluidamente portugués, español y holandés. Residía en los Países Bajos y su amor por ese país la hacía considerarse la más holandesa de todas las canadienses —lo dijo con un fuerte acento mexicano porque allí aprendió a hablar español—. Su nombre: Hellen Keith. Sin embargo, él consideraba raro tener ese tipo de conversaciones mientras se hallaban abrazados en poses extrañas, a veces ella sosteniéndose de su cuello, a veces la pierna derecha de él entre las de ella, a veces la mano derecha de él sobre la espalada baja de ella, ya que eso era lo que demandaba la figura de baile que los colombianos demostraban, ahora, al son de Bachata en Fukuoka. La pareja colombiana hizo, para cerrar con broche de oro, una demostración de salsa caleña, lanzando a la chica por los aires para que esta aterrice haciendo una perfecta apertura de piernas. Las noventa y tantas parejas asistentes grabaron con sus cámaras la maniobra, aplaudieron y se retiraron a tomar agua y a secarse el montón de gotas de sudor que recorrían sus cuerpos.
     What’s going on?!— preguntó él al verla hacer grandes muecas de dolor.
     It’s my ankleSorry, that’s because I danced too much last night— dijo Hellen adoloridasentándose a descansarSe quitó los zapatos de tacón y comenzó a sobarse el tobillo. Sus hermosos labios expresaban un dolor como el de un parto — I’m sosorryI can’t continue.
El dolor era tan fuerte que Manuel tuvo que ayudarla a bajar al primer piso y a conseguir un taxi a su hotel en Miraflores. Por suerte, al regresar al Westin, él pudo tomar las otras dos clases del taller con una despistada francesa que recién había llegado al evento.
En la noche todos estaban reunidos para los shows y la posterior fiesta social. Daniel llegó apurado con el resto del elenco para el ensayo previo al show. “¡Puta madre, este piso es una caca! Vamos a tener que echarle talco a nuestros zapatos”, dijo él al ver que las chicas no podían girar bien a pesar de las tantas horas previas de práctica. A las 9pm, todos los camerinos estaban repletos con por lo menos sesenta personas. El ambiente olía a laca y a maquillaje. Todas se pintarrajeaban y realizaban estiramientos. Todos se cambiaban en frente de todos. Sonaban todas las canciones de las coreografías desde los celulares de los directores de cada elenco. Manuel vio un montón de mujeres en ropa interior a las que lo único que les importaba era no arruinar sus peinados tan elaborados. Ángel y Mónica estaban teniendo una pequeña pelea de pareja porque él se había olvidado de traer los ganchos de pelo de ella. Los hombres, mientras tanto, también hacían estiramientos y algunos trataban de esconder esas ligeras barrigas para que les queden sus apretados trajes de baile. Muchos chismoseaban sobre cuáles serían los mejores números y quiénes lo harían peor. Algunos elencos deseaban que otros se resbalen. El show comenzó.
     ¡Bienvenidos al Congreso de Salsa de Perú 2012!— dijo el maestro de ceremonias con una voz ronca. Presentó a la pareja que abriría el evento ante la euforia de todos los asistentes.
Desde los camerinos se escuchaban las ovaciones que había recibido ese primer número, el de los otrora 5 veces campeones mundiales Oliver Pineda y Luda Kroitor. “¡Chicos, apúrense, para hacer un último ensayo!”, dijo Daniel. “Oe, Daniel, tú sales en 10 minutos con tu elenco”, avisó  Joel, el productor. La tierna Elisabeth ya se encontraba elegantemente con su vestido negro y sus pantimedias. Se le ocurrió hacer estiramientos. Al tratar de estirar toda su pierna derecha con ayuda de la pared, se le rasgaron las pantimedias. “¡Puta madre! ¡No pues!”, dijo Manuel mirándola de una forma reprobatoria. “Eli, ¿no has traído otro par de pantys?”, dijo Daniel seriamente. El rostro de ella no quería responder. Daniel se llevó la palma hacia la frente. Era difícil que alguna de las otras bailarinas de los otros elencos en los vestuarios usase pantimedias de la misma talla que la alta alemana. Todos los del elenco se miraron las caras. “¡Daniel, ya prepara a tu gente, termina este número y sales!”.
     Mist!— vociferó ella, enojada.

sábado, 30 de agosto de 2014

British girls are really smart

Otro fragmento de la novela que pienso publicar. Espero que les guste de nuevo.


Buscó a Ellen para devolverle su colección de cuentos de Hemingway en inglés antes de que se hiciese tarde. Si no hubiese sido por ella, Manuel no hubiese sido capaz de conocer las magníficas historias que el otrora Premio Nobel  escribió durante su alegre estancia en Cuba, antes de que huyese despavorido de la isla al ver cómo a su gran amigo Fidel Castro se le ocurrió la gran idea de nacionalizar las propiedades de los extranjeros residentes en dicho país caribeño. Por suerte, alguien había dejado abierta la puerta metálica del edificio de San Isidro. Cuando su puño golpeó la puerta del departamento 305, no fue la misma mujer blanca la que abrió.
     ¡Qué coincidencia! Esta también tiene cara de no saber qué chucha hace en el Perú — pensó.
La mujer estaba aferrándose a la puerta.
     HelloIs Ellen home?
     Nope, she’s out at the moment, but she’ll be back around 10 —dijo con una voz muy pausada y dulce.
     Ok, can you give her these? Please, tell her it was her Hemingway’s short stories collection — dijo y le extendió el viejo libro comido por los gusanos.
     Sure! — dijo sin pronunciar la “r” — ... Tú debes ser Manuel, ¿verdad?
     Sí. Y tú eres... eh... mmmm ¿Diana?
     Yeah. Did she tell you about me?
     Sí — dijo él mientras buscaba alguna frase en su distraída mente.
Se quedó en blanco poniendo cara de estúpido.
     Are you British?
     Yes, I am — dijo exagerando el sonido de la “y”, la cual pronunció como una larga “i”.
     knew it — dijo con una sonrisa estúpida.
     Se nota que te diste cuenta. Puedo ver la cara de perdido que pones para tratar de entender lo que digo — dijo ella con una sonrisa pícara.
Manuel se cagó de la risa. Se despidió con la mano antes de tomar el ascensor.
     Alrightsee ya later !!!— dijo ella mirándolo fijamente, sin pronunciar la “r” de la última palabra.
“Esta tiene cara de hippie y aun así habla español mejor que Ellen que lleva años aquí ¡Qué pendejo es esto!”, pensó mientras estaba en la combi rellena de pasajeros. Él, como siempre, tomaba el asiento que estaba justo encima de la llanta trasera y se hacía el dormido para que no lo molesten las viejitas que seguramente le pedirían el asiento. Cuando regresó al su cubil, allá en Lince, se puso a leer un poco sobre Lord Castlereagh en Internet.
     ¿Por qué me habrá mirado fijamente? ¡Carajo, qué voz! ¡Qué bonita voz!
A la noche siguiente, no se pudo concentrar en la clase de salsa: la figura de baile era muy complicada, puesto que incluía muchos enredos de brazos y “voleos”. Además, sus manos y sus brazos, un poco flojos no guiaban a las chicas hacia la dirección adecuada. En este baile, todo era cuestión de tener un sentido del tacto muy desarrollado, demasiado desarrollado, según los maestros.
     Oe, Manuelín, no seas huevón. Tienes que poner tu mano a la altura de la frente de la flaca si quieres hacerla girar bien— le dijo Julio, el instructor, al oído, mientras pasaba revista a todas las parejas.
Sandra, con quien Manuel bailaba, no le dijo nada. Tenía toda la paciencia del mundo. Su cara no mostraba ninguna molestia ante sus fallas ¿Tanto le costaba hacer una preparación y hacerla girar tres veces en tres tiempos musicales? Cuando Julio dijo que cambien parejas, las otras chicas sí que pusieron cara de trasero.
     Hey, amigo, guíame más fuerte. No siento hacia dónde me quieres llevar— dijo la tercera chica con la que le tocó bailar, arrugando la frente.
     Ok. Un momento. Voy al baño.
Se refrescó la cara. Se miró al espejo. “´Ta ´mare, ¿por qué me sale mal? ¡Tanto tiempo en esta vaina por las huevas! La gringa Ellen tenía razón: “My leading technique in salsa really sucks”. Regresó desganado para ver tan solo la demostración final de la clase.
     Gente, no se olviden que hay un social este Sábado en la academia. Pro fondos para nuestro viaje al campeonato en Argentina. A sólo diez soles la entrada. Apóyennos, chicos— dijo Julio vociferando.
Todos estaban en círculo escuchándolo. Hacían planes y se intercambiaban los números de teléfono para ver quién iba a asistir. Manuel no tenía ganas de ir. Seis meses y seguía bailando hasta el pincho, según él. Sandra le hizo un toqueteo en la espalda.
     ¿Vas a ir?
     No sé, cachetona. Tal vez tenga otro compromiso.
     Tú y tus compromisos, mentiroso.
     Y tú, ¿vas a ir?
     Claro.
     Entonces ya tengo otro motivo para no ir.
La arequipeña le dio una palmada juguetona sobre el hombro. Él le dio un beso en la mejilla. Ni se despidió de los demás. Ni siquiera se le pasó por la cabeza acompañar a Sandra a su paradero. Caminó hacia el cuarto que alquilaba acordándose de que el dinero del premio se estaba acabando y tendría que trabajar de nuevo si no quería regresar a donde su mamá. Llegó molesto a casa. Arturo estaba afuera, en el patiecito, haciendo un poco de estiramientos.
     ¿Sigues con tu cojudez de Karate?
     ¡Wing Chun, idiota!
     Ja ja ja. Ok, sigue con tu “Ping Chun”.
     Ayúdame a estirarme pe’, hue’ón.
     No jodas.
Manuel entró al cuarto y empezó a revisar su laptop.
     ¿Oe y qué fue? ¿Fuiste donde la gringa que me contaste? — dijo después de haber abierto la puerta, secándose el sudor con una toalla pequeña.
     Sí. Ya le devolví su libro. Estaba de puta madre.
     ¿Y al fin la hiciste?
     Nada ¡Esa calientahuevos! Además no estaba ella.  Sólo estaba la flaca con la que vivía.
     ¿Y la flaca esa también está pa' darle?
     ¡‘Cha te importa!
     Ta’ mare, Monolo. Tú tienes el arco libre, sin arquero, y no pateas.
     Me llega, broer. Ese tipo de mujeres elige.
     Oe,  ¿no que mañana Sábado era su cumple?
     Sí, me invitó, pero no sé si ir. También mañana es ese social de salsa que te dije, pero sinceramente todo me llega al huevo.
     Habla, hay que bajar al cumple de la gringa.
     No sé...
     Vamos, hue’ón— le dijo dándole una palmada en el hombro.
     Oe, pero ¿no que tenías el cumple del pata de tu promo?
     ¡Chucha, verdad! Yo voy a estar un toque ahí y te doy el alcance.
     Sí, broer... ¡bastante vas a bajar!— dijo desconfiadamente mientras buscaba su pijama que debía estar tirado por el suelo.
     Sí,bro'er. En serio.
     Ya pues, le voy a decir para que te ponga en la lista ¡Pero no vayas a emborracharte y a gritar como loco “prejuiciosos de mierda” a toda la gente que pasaba como ese día que salimos del cumple de otro tu pata en San Borja, sino te dejo tirado por la avenida Javier Prado!
     ¡Ya, mierda!
A las ocho de la noche del día siguiente, Manuel se puso a ver Cabiria, pero se desanimó al ver que la película duraría cuatro horas. Se puso a leer Le Côté de Guermantes, pero le aburría el hecho de que el autor utilizara tan mal los signos de puntuación. "No me queda otra", pensó. Se vistió con la mejor camisa que tenía, el mejor par de jeans y estuvo a punto de echarse un poco de gel y hacerse algún peinado a la moda, pero al final le daba igual porque sólo iba a pasar un momento tranquilo en el cumpleaños de Ellen, en lugar de gilearse a alguien, ya que, después de lo de la vez pasada, se dio cuenta de que no sabía diferenciar entre el coqueteo amistoso y el verdadero deseo: se consideraba un fracaso con las mujeres y decidió “retirarse del negocio” hasta nuevo aviso. Arturo ya había salido hacía unas cuatro horas. Como hacía mucho frío, Manuel tomó un elegante blazer de Arturo que yacía tirado por la habitación. Arturo había engordado mucho por comer yogurt con cereal de caja, por lo que muchos de sus atuendos ya no le quedaban.
     Hi, Ellen. Do you still have my name on the list?
     Of course. Come before 11pm.
—  Can I bring a friend over?
     Yup, see you there — dijo ella pausadamente.

La discoteca de salsa se encontraba en el tercer piso de un  gran supermercado en Jesus María. Él entró por la gran puerta. Un montón de chicas bien pintarrajeadas y chicos fumando cigarros como locos estaban entrando. No era la única discoteca dentro de ese supermercado: eran cinco. Desde los pasillos sonaba todo tipo de música: electrónica, rock, merengue, románticas, entre otras. Por suerte, aquella en la cual Ellen haría su cumpleaños era la única con orquesta en vivo.
     Oe, Arturo, ya llegué ¿A qué hora bajas?
     Nada, broer. Me quedo chupando aquí.
     Ta’ mare, oe, la cagas. Por cierto, cogí tu blazer.
     ¿Quién chucha te dijo que lo hagas?
     Ya, mierda. Eso te pasa por falla. Hablamos — dijo Manuel por celular.
Ellen estaba en la puerta de la discoteca, con un vestido negro que le llegaba a la mitad de los muslos, seguido por unas pantimedias, también negras. Su cabellera rubia estaba más lacia que de costumbre. Lo recibió y lo abrazó. Él extrañaba sentir su típico perfume de vainilla y la suavidad de su piel.
     You  look really handsome!— dijo muy sonriente cuando lo abrazó.
     Esta gringa siempre con sus cojudeces...— pensó él.
El ambiente de la discoteca aún estaba calmado. La salsa que tocaba el DJ era muy suave. Había pocas parejas bailando. Los flashes de las cámaras abundaban. Todos posaban ante las fotos que serían subidas a las redes sociales. Los miembros de la orquesta entraban como hormigas cargando sus instrumentos. Ellen le presentó a todos sus amigos y amigas. Él se quitó el blazer y sacudió varios pelos rubios de ella que se le pegaron.
     Habla, oe, Manuel ¿Y cómo conoces a la gringa?— le dijo un amigo que tenían en común.
Manuel guiñó el ojo.
     ¿Oye, y a ti quién te invitó? — le dijo Vanessa sonriendo.
     Hola ¡Qué sorpresa! ¿Tú también la conoces?
     ¡Quién no conoce a Ellen!
Manuel hizo una pausa sonriendo.
     Tienes razón ¡Quién no conoce a Ellen!
Todos estaban sentados alrededor de dos mesas. Ellen estaba abrazando a uno de sus amigos. Este aprovechaba para tomarse una foto que sería, según él, la envidia en las redes sociales. Manuel estaba sentado justo en frente de ella. Sintió las piernas de ella rozarle el pie debajo de la mesa. Él retiró el pie. Ella insistió sutilmente. Los ojos de él la miraron de forma reprobatoria. Después, él volvió a su estado de paz. El celular de Ellen sonó. Salió disparada de su asiento con gran energía hacia la puerta del local.
    Tenía que ser Escorpio. Arturo tenía razón. Estas son las que eligen — pensó él.
Ellen regresó con un par de chicas blancas con esa mirada perdida de las extranjeras. Las dos llevaban vestidos muy elegantes que dejaban ver sus espaldas desnudas cubiertas con una que otra peca.
     Hey, Manuel, do you know Diana? — dijo Ellen cuando regresó.
     Of course.
     Hello! — dijo Diana exagerando el sonido de la “o”.
     And this is Christine. She’s from Australia.
Manuel también saludó a la "aussie" cordialmente. Volvió a su asiento, mientras veía a los demás cómo deslizaban rápidamente los pulgares sobre las pantallas de sus celulares. Diana , sosteniendo un gran vaso de cerveza, el cual bebía con sorbos casi imperceptibles que daban sus delgados labios pintados de rosado, se le acercó.
     ¡¡¡Hola!!!
     Hola...
     Tú eres el chico de la vez pasada ¿verdad?
     Sí — dijo un poco nervioso sin saber por qué.
     ¡Qué bien!
     ¿Y por qué llegaste al Perú? Tú también eres profesora de inglés aquí en Perú como Ellen?
     Oh no… Yo estoy de voluntaria aquí. Trabajaba para el NHS en Inglaterra. Habían cosas interesantes, pero me aburría ese país de mierda. — dijo ella sonriendo.
     ¿El NHS? ¿El National Health Service?
     ¡Exacto! ¡Qué inteligente este chico! — dijo sarcásticamente.
     Y seguro que ahora quieres recorrer el mundo...
     Yep, that's the one! Antes, estuve viviendo en Bolivia unos seis meses, pero me aburría porque no había mucha salsa para bailar. Ahí sólo escuchan cumbias y esas huevadas.
Manuel se cagó de risa.
     Hablas muy bien el español. You Brits are so smart.
     Gracias.
     Hasta ahora no entiendo cómo Ellen que estudió en la universidad para ser profesora de español en Estados Unidos, y después de un año  en México y uno en Perú, hasta ahora no hable bien el español.
     La Ellen es una cojuda — dijo sonriendo.
Manuel volvió a reírse a carcajadas, tanto así que tuvo que ir al baño a expulsar los dos litros de agua que todos los días tomaba. Después, se lavó la cara y se vio en el espejo. “Nunca más voy a gilearme extranjeras.”, pensó. Regresó y todos los de la mesa de Ellen estaban bailando. Él fue a comprar una botella de agua mineral y se sentó a la mesa.
     ¡Qué! ¿Ese huevón de nuevo? — se exclamó a sí mismo.
Era Martín, uno de los profesores de baile de la academia Sabor Dance, a donde iba Manuel. Estaba bailando con Ellen. Sus cuerpos estaban muy pegados. Bailaban pelvis contra pelvis esa salsa que la orquesta estaba tocando. Ella lo abrazaba. Manuel sonreía.
     Ese tío no aprende…. Si supiera ….¡Otro que se emociona al toque!—  pensó él.
Habían venido más bailadores amigos de Ellen. Se notaba que todos la conocían. Ella estaba feliz. Manuel estaba en paz. “Si en media hora no pasa nada, mejor voy al social”, pensó. La canción terminó y él seguía sentado. “Hace sólo un instante, éramos dos extraños, que se estrechan las manos y comienzan a hablar…”, era la letra de la canción. La canción era tan suave y elegante que hizo a Manuel sonreír, quien normalmente odiaba — por no decir, execraba— la salsa sensual. Diana estaba cruzada de piernas sosteniendo todavía el mismo gran vaso de cerveza. Seguía hablando con su amiga australiana. Su pelo rubio ondulado estaba amarrado. Él la miró. Ella se soltó el pelo, se lo acomodó y se lo volvió a amarrar. Él se acercó a ella y le tendió a la mano. Ella posó sus tres dedos sobre la palma de él, mientras era transportada a la pista. La australiana ponía cara de aburrida.
     Do you dance salsa On 1?— dijo pronunciando "On 1" como "on one".
     Of course!
Sus cuerpos bailaban suavemente. Ella se dejaba guiar de una manera suave. Sin embargo, daba pasos muy cortos. Su celular sonó.
     Oh, sorry! — dijo ella y se fue al baño rápidamente, dejándolo en medio de la pista de baile.
Manuel sonrió y se quedó parado. De lejos cómo Ellen bailaba sensualmente con Martín, rozándolo varias veces. Él sonreía. “Otra vez se va a quemar ese broer. Supongo que Julio no le habrá dicho nada. Creen que son iguales a las peruanas. Desde ahí la están cagando”. Se sentó para observar a las otras parejas. Había un hombre con una pierna ortopédica que bailaba excelentemente con dos mujeres a la vez. Él puso los ojos sobre la australiana. Diez segundos después, una suave mano lo jaló a la pista de baile.
     I’m back. Sorry — dijo Diana sonriente.
Ella lo llevó al mismo punto en donde bailaron. Inclusive, Diana se acomodó en la posición exacta en la cual estaban bailando antes de que corriese al baño. Ahora tenía el cabello suelto. Él  rio sutilmente.
      British girls are really smart — pensó él.

sábado, 23 de agosto de 2014

¿Dónde está Laura?

Este es un fragmento de una novela que publicaré en unos años. Espero que les guste.

Si no la impresionaba con sus habilidades en la lengua de Goethe, al menos lo haría con la destreza en el baile de salón. Cuando él caminaba por la calle daba tres pasos comenzando con el pie izquierdo, hacía una pausa imperceptible para los ajetreados pasantes y daba otros tres pasos. Repetía. En casa, ejercitaba movimientos de cadera, haciendo círculos a la derecha y luego a la izquierda, no sin sentirse un poco estúpido.  Hacía círculos con los hombros hacia adelante y hacia atrás. Analizaba su postura en el espejo. Sabía que sus hombros tenían que estar bien extendidos hacia afuera. En cada canción de salsa que escuchaba trataba de reconocer el primer golpe musical dando una pisada fuerte con — Sí, adivinaron—, con el pie izquierdo. Practicaba e improvisaba pasos con muchas canciones, sobre todo con una que decía: “Entren que caben cien. Cincuenta paraos, cincuenta de pie.”
      bien, broer. Ahora eres un calichín de pollada — le dijo Arturo cuando lo vio.
     Calla, mierda — dijo Manuel.
      bien todo lo que haces. Se te ve de puta madre, pero también necesitas una pareja con quién practicar las vueltas, pezweón.
Él empezó a mirar a Arturo de pies a cabeza.
     ¡Habla, ah! ¡Tú dirás! — dijo sonriendo.
     ¡Ándate a la mierda!
Entonces, cogió un palo de escoba. La noche del viernes, llegó a ese salsódromo en La Victoria, no sin miedo, porque el taxista tenía un montón de cicatrices, además que el taxi se metía por calles estrechas llenas de fumones. Llegó. Vio a toda la crema y nata de la escena de bailadores de salsa de salón afuera — se hacían llamar bailadores porque no todos tenían estudios de danza clásica: muchos eran amateurs, pero de los bravos  —. Saludó con la mano y con la mirada a todos los conocidos. Todos y todas estaban excesivamente bien vestidos. Era una apología a la metrosexualidad. Ni el show ni la orquesta habían comenzado.
     Puta madre, Julio tenía razón: Siempre hay que llegar a estos eventos tarde — pensó.
Divisó una larguísima mesa  donde estaban todos los veintitantos de la clase de nivel básico.  Saludó a unos cuantos y se sentó.
     ¿Dónde estará? — pensó.
Su mirada barrió todo el lugar. Estaban justo al pie del escenario, que estaba siendo recorrido por los músicos cargando sobre sus espaldas las congas, sacando  los trombones y trompetas de sus fundas, haciendo escalas musicales con los teclados. El DJ, para subir los ánimos de los bailadores ya casi por dormirse, puso una salsa sensual, cosa que le valió los abucheos del público, el cual consideraba escuchar la música de Jerry Rivera, Marc Anthony o Los Adolescentes y cualquier otro cantante de salsa sensual — salvo Frankie Ruiz o ciertos cantantes de salsa sensual que en su juventud hayan pertenecido a la Fania All Stars —  como un sacrilegio, ya que aquí se venía a escuchar salsas con letras que en su mayoría trataban de temas del barrio adornadas con largos y con complejos solos de trompetas, piano y percusión. Al costado, se encontraba la barra donde los bartenders miraban indiscretamente a las chicas que  al caminar movían inconscientemente las caderas haciendo figuras en forma de ocho y  hacían todo tipo de malabares con botellas, aunque a uno no muy ducho se le cayó una botella, motivo por el cual su supervisor lo puteó.
     ¡Oye, tú ya no saludas! — dijo Mónica, haciendo una seña con la mano para sacar a Manuel de su estupefacción.
     ¡Hola! Disculpa, es que no conozco a todos.
     Anda, sonso ¿Te acuerdas de la gente?
     Sí, de algunos.
     Ya pues, no seas así de sobrado. Ven.

Mónica lo hizo pararse y recorrer los bordes de las cuatro mesas que habían juntado para que se sienten los ahora treinta y tantos de ese grupo. Así, gracias a las dotes diplomáticas de ella, aparte de estrechar las manos y dar besos en las mejillas de los conocidos y conocidas de la clase de baile de nivel básico, Manuel  conoció a directores de otras academias de baile, excampeones nacionales de salsa y varios otros iniciados en el baile de salón de distintas escuelas. Aun así, él no la encontraba.
El DJ puso una canción cubana que decía “Ella no sabe de calle, pero le parte pa’rriba, porque en la calle está lo único que le devuelve la vida.”. Varios bailarines de salsa cubana que también vinieron empezaron a sacar a sus parejas a la redonda pista. Como de costumbre, cuando bailaban en pareja, caminaban en círculos. Cuando soltaban a sus parejas, bajaban la postura haciendo pasos a lo afro exagerando los movimientos de todas las articulaciones. Incluso, un cubano que él conocía sacó su pañuelo y empezó a ondearlo mientras hacía pasos de “rumba columbia” y “yambú”, coqueteando con su pareja, una morena. Por ahí, los que preferían la salsa de salón se metieron a bailar. Estos, al contrario, bailaban con sus parejas sobre una línea recta imaginaria, manteniendo una postura más perpendicular a comparación del suelo. Los amantes de la salsa cubana empezaron a mirar mal a estos últimos. Por ahí una pareja de salsa de salón, empezó a mostrar su destreza, recorriendo toda la redonda pista de baile haciendo el paso de “360°”, sin darse cuenta de que a uno de ellos se le cayó el celular. Por suerte, era de esos antiguos celulares Nokia que lo aguantaban todo.
     ¡Muy bien, señoras y señores! ¡Hoy comenzamos con….!
El sonido se cortó y el maestro de ceremonias no pudo continuar. La gente comenzó a abuchear. El sonidista le hizo un gesto de calma. El maestro de ceremonias tosió un poco, se secó el sudor con un pañuelo y continuó. A nadie le interesaba lo que decía. Empezó a nombrar a todas las escuelas de baile y los shows.
     ¡Qué onda, Manuelín! ¡Tienes que ver mi show, ah! — le dijo Julio, quien sostenía una cuba libre para darse valentía antes de las presentaciones.
     Sí, compadre. Te haré barra.
“Y por último, el número de los actuales campeones de salsa Julio y Claudia”, dijo fuertemente, al mismo tiempo que sonaban las palmas, las arengas y por ahí alguna matraca. Mientras tanto, Manuel sentía un apretón en la vejiga y se maldijo por haber tomado esos dos litros de agua diarios tres horas antes, como de costumbre. Se dirigió al baño de hombres, que estaba con la puerta abierta, pero sus ganas de miccionar tenían que esperar a que salga el montón de bailarines que se encontraban ahí preparándose para el espectáculo. Muchos de ellos estaban en calzoncillos buscando apresuradamente sus atuendos dentro de sus mochilas; otros, sacando sus camisas brillosas y aplicándose gel al cabello hasta que queden como puercoespines. Uno de ellos, un poco subido de peso, luchaba por meterse dentro de un brilloso traje de una sola pieza. “¡Conchasumadre! ¡Esta huevada me asfixia! ¡Oe’ broer, ayúdame!”, decía éste a un amigo. El amigo le dijo que exhalara completamente, y le empujó el traje desde la cabeza hacia abajo.
     ¡Asu madre! ¿Qué fue ahí? — pensó Manuel, mientras veía algo sorprendido. Sus piernas temblaban al no poder aguantar más las ganas de orinar.
Al costado, en el baño de mujeres, también con la puerta abierta, un montón de bailarinas entraba y salía para prepararse. Muchas también estaban en ropa interior; otras, ayudando a sus compañeras a colocarse flores en el cabello que sostenían con pequeños ganchos que muchas veces caían al suelo, teniendo que repetir la operación; otras, pintándose los labios de la manera más milimétrica posible; otras — las desdichadas de cabello rebelde —, planchándose el pelo; otras, haciendo estiramientos abriéndose completamente de piernas con los zapatos de tacón ya puestos; otras, ayudando a sus compañeras a delinearse las cejas; otras, tomándose un montón de fotos  haciendo muecas de besos frente al espejo  que serían subidas a las redes sociales. A una de ellas se le rompieron las pantimedias e hizo una mueca de enfado cuando se acordó de que sólo había traído un solo par, en vez de dos, como era la costumbre. Después de diez minutos estar mirando tantas curvas femeninas, Manuel al fin pudo entrar al baño de hombres.
     ¡Habla, man! ¿Tú también haciendo un show? — dijo Manuel saludando a un conocido que estaba vestido todo de blanco y descalzo, mientras se dirigía al urinario y se bajaba el cierre del pantalón.
     Sí. Voy a bailar un solo por primera vez. Voy a bailar “Aguanile
Manuel exhaló de alivio después de diez segundos de estar parado frente al urinario.
     ¿La de Héctor Lavoe? — dijo sonriente.
     No, la de Marc Anthony.
     Pucha, eso de bailar un solo es recontra tranca. Y para remate, te metiste a bailar esa versión de "Aguanilé". Suerte, man — dijo dándole una palmada amistosa en el hombro.
Se demoró un buen rato en el baño, perdiéndose el primer número de baile de la noche. Regresó a la mesa y vio el segundo número: el de una pareja de bailarines de salsa caleña que destacaba por la rapidez de sus pies, sus acrobacias mortales y porque el chico llevaba zapatos de baile con los colores de la bandera de Colombia. Él se estaba aburriendo. Siguieron varias coreografías más entre los cuales había un solo de una bailarina traída desde Venezuela, un grupo de alumnos que bailaron “rueda de casino” descoordinadamente, un número sólo de hombres, una fusión de lambada y zouk que hizo un profesor venido de Brasil y un sensual número de bachata que no dejó nada a la imaginación. La cabeza de Manuel volteó y encontró una cabellera rubia a diez metros. “Muy bien, señoras y señores, los tres veces campeones de salsa en la categoría “On1” ….un fuerte aplauso para …..¡¡¡¡ Julio y Claudia!!!”. Ella recién había llegado y se encontraba al extremo opuesto. Julio se paseó por toda la pista de baile con Claudia sosteniendo la cintura de ella con la mano derecha; después, la presentó al público, la hizo girar tres veces mientras que todos los ovacionaban. “Seguro que recién ha llegado, y pa’ concha con la espesa de su amiga”, pensó Manuel. Un montuno de piano comenzó a sonar. Manuel prefirió dejar de mirarla y admirar esa coreografía. Julio hizo girar diez veces a Claudia sobre su pie derecho. Su cabeza no podía aguantar y volteó de nuevo. “Baila como es … Como te gusta”, decía alegremente la canción en la cual la campana de bongó sonaba fuertemente. Sus ojos se fijaron en sus hombros desnudos un poco rosados. Ella volteó. Ahora, Julio levantó a Claudia desde la cintura, haciéndola caer y ella hizo una apertura de piernas hacia adelante y atrás. Ella estaba cuchicheando con una amiga que miraba indiscretamente. Ahora la pareja recorría toda la pista de baile haciendo “360” con dos giros. Mientras ellas seguían hablando, ella  discretamente lo señaló a él con el dedo. Él dejó de mirarla. Julio hizo girar diez veces a Claudia, mientras que ella daba vueltas con la cabeza apuntando hacia arriba. Una marejada de aplausos y gritos del público, seguidos de un fuerte “¡Te amo Julio!” por parte de una voz masculina, sonó en todo el salsódromo. La orquesta se preparó.
     Buenas noches damas, somos la Orquesta Internacional y ¿cómo se pide la salsa? ……..…….. ….. .. — mientras todos hacían las palmas de la clave salsera.
Un violín comenzó a sonar y todos los hombres estaban como moscas viendo a quién sacar a bailar. Algunos tendían la mano como buenos caballeros; otros, jalaban de las muñecas a las damas; había unas cuantas europeas que sacaban a bailar al caballero con el cual se sintiesen más a gusto. Manuel se quedó en la mesa viendo cómo la pista se llenaba. Cada pareja demostraba lo mejor que hacía. “Se me perdió la cartera. Ya no tengo más dinero”, decía la letra de la canción, mientras sonaba un violín con una raspada de güiro. Había  los que les gustaba hacer girar a la chica varias veces. Había los que les gustaba tomar un montón de espacio, chocando accidentalmente a otros con los pies. Había los que preferían mover las caderas en forma circular. Había los que les gustaba zapatear con la punta y el taco, haciendo figuras extrañas. “Y eso que un espiritista me mandó un baño de plantas. Con gajos de hierba y gotas de agua bendita”, decía ahora la canción. Manuel entonces miró y la vio de nuevo, reconociendo sus rosados hombros desnudos: Laura estaba con zapatos de tacón de color piel.
     ¿Es alemana y está usando tacos? — pensó él.
Ella bailaba con un tipo un poco despistado. Su figura esbelta recorría el espacio que dejaba su pareja para que pase. Sus delgadas piernas daban pasos largos. Su pelo rubio hasta la altura de los hombros ondeaba con cada giro que le daba su pareja. El tipo la guiaba apretándole las manos demasiado fuerte durante la canción. La cara de Laura hacía una permanente mueca que aniquilaba su dulzura. Manuel, para no aburrirse, decidió sacar a bailar a Mónica, quien estaba a punto de prender un cigarrillo. Manuel trataba de bailar bien, y lo hizo, pero su mente estaba distraída. Se salió del ritmo varias veces, confundiendo el primer golpe de la música con el quinto. A Mónica le importaba un bledo y siguió bailando porque quería que se le pase el efecto de todos los tragos que había bebido de un sol sorbo. La canción terminó y Manuel fue al encuentro de Laura, no sin antes haber dejado a Mónica en su lugar.
     Gute Nacht, Frau Weininger! — dijo él sonriendo.
     Gute NachtHerr Rodríguez! ¡Qué sorpresa! ¡Yo creía que  no venías!
Los ojos de Manuel miraron hacia arriba, frunciendo el ceño.
     Sí, Laura ¿No te da frío estar así?
     No, para nada. Tú sabes que yo estaba habituada a la nieve.
Mientras el cantante de la orquesta daba unas palabras de agradecimiento, ellos dos seguían conversando: Él parado y ella sentada. Él estaba con las manos en los bolsillos. Ella, cruzando sus largas piernas. Los músicos se pusieron de nuevo a tocar. El pie de ella apuntaba hacia él. Sonaron las trompetas. “Siento una voz que me dice: ¡Agúzate, que te están velando!”, decía ahora el cantante de la orquesta, mientras los trompetistas hacían de nuevo un ruido estruendoso.
     Möchtest du tanzen? — dijo tendiéndole la mano.
     Na klar!
La suave mano izquierda de Laura estaba demasiado tibia. Ni caliente ni fría: tibia. La tomó de la mano. Ella lo siguió, destacándose por ser más alta. Cruzaron la marejada de parejas que bailaban. Encontraron un buen espacio, al centro a la derecha. Su mano izquierda tomó la derecha de ella, apretándola con el pulgar para asegurarse de que “no se le escapase”. Su mano derecha se posó sobre su omóplato izquierdo. El largo brazo derecho de Laura se posó sobre el derecho de él, reposando fuertemente la mano izquierda sobre el hombro de Manuel. Pisó hacia adelante con el pie izquierdo. Ella lo siguió y pisó hacia atrás con el derecho. Los músicos seguían tocando las trompetas cada vez más fuerte en la nota musical de "La" menor.
     No me pongas la mano en el hombro que vas a hacer que me caiga.
     Was? — dijo sin entender.
     ¡No me pongas la mano en el hombro que vas hacer que me caiga por la presión!
     Was? ¿Qué dijiste? Yo no te puedo escuchar — dijo ella inclinándose para escuchar mejor.
     … Nada ...

Él quitó la mano de ella de su hombro y la puso mejor sobre su espalda. Ella no dijo nada. Él abrió un espacio para que ella pase y Laura caminó elegantemente levantando un poco las rodillas antes de posar las puntas de sus zapatos de tacón en el suelo. “Y yo pasaría de tonto si no supiera, que uno debe estar mosca por donde quiera”, decía la canción. Él cambió de posición y la tomó de las dos manos, la paseó y la hizo girar dos veces. Ella sonreía, mientras hacía figuras elegantes con sus largos brazos. Su respiración se agitaba un poco sin sudar casi nada. Él, en cambio, sudaba mucho. “Y es por eso que yo digo de esta manera, que ese individuo no sabe en qué se metió”. Manuel la soltó y bailaron separados. Él zapateaba con la punta y el taco derechos mientras su peso estaba en la pierna izquierda. Pateó de casualidad a alguien.
     ¡Disculpa! — dijo él.
El tipo le hizo una señal de que todo estaba bien. Laura rió un poco cubriéndose la boca con los dedos.
Volvió a tomarla de los dos brazos, dio medio giro sin soltarla, y dándole la espalda, la hizo transportarse de un lado a otro. Una pareja de un tipo corpulento y una chica un poco rellena los chocó sin querer. Manuel casi se cae del empujón, ya que el piso estaba lo suficientemente resbaloso como para bailar. Laura rió un poco mostrando los dientes superiores.
      Para que una mujer sonría, sólo hay que hacer que se mueva — pensó él.
Las caderas de Laura rotaban muy poco. Sin embargo, ella siempre estaba al tiempo  de la música, gracias a sus conocimientos del violín y violoncelo, a diferencia de muchas peruanas que solían confundir el primer golpe de la música con el quinto. La respiración de Laura se sentía un poquito más agitada. “Siento una voz que me dice: Agúzate que te están velando”, mientras sonaba la trompeta fuertemente.  Manuel la soltó de nuevo y se puso a bailar alrededor de ella. Sus ojos miraban a todos lados. Los que no bailaban rajaban de todos los que estaban en la pista aprobando la habilidad de unos y criticando cada uno de sus defectos, sean las pisadas, la forma de mover las manos, las caderas o los gestos involuntarios que hacían. Entonces, vino el largo solo de timbales de la canción. “¡Cuero! ¡Cuero!”, decía el cantante. Laura exhalaba sonriendo por el cansancio de los seis minutos de la canción. El fotógrafo de la discoteca, un tipo bajo de cabello largo amarrado con una cola, barba de chivo y sonrisa afeminada, se paseaba como una abeja por todos los rincones de la pista haciendo posar a todas las personas solas, parejas y grupos de amigos para las fotos del evento que luego serían colgadas en las redes sociales. Laura y Manuel seguían bailando ahora en posición cerrada. El fotógrafo se acercó y les apuntó con  la cámara. Manuel tuvo que improvisar la mejor sonrisa y no sabía dónde poner las manos. El fotógrafo los hizo posar: Ella rápidamente se apoyó en él. Él miraba de frente y ella de costado; El vestido de Laura era un vestido veraniego de color negro estampado con flores rojas que llegaba exactamente a sus rodillas, con una pretina en la cintura el cual dejaba ver su tierna espalda desnuda y el cual hacía juego con la camiseta de color rojo oscuro de Manuel. Laura, a la derecha de Manuel,  apoyaba su cuerpo contra el de él, sosteniéndose de él con sus dos tiernas manos a la altura de las costillas de Manuel; ella había bajado el mentón un poco mirando fijamente y sonriendo tiernamente. Él la sostenía de la espalda, posando los dedos índice, medio, anular y meñique contra su omóplato derecho. Su pulgar, no la tocó, quedando en el aire. Trató de sonreír, pero se sentía nervioso. Después de 5 segundos de haber posado, el fotógrafo dio su visto bueno. La canción terminó y  regresaron a su lugar.
     ¿Qué habrá querido decir con todo eso? — se preguntó Manuel.
Laura le sonrió y le dijo que iría al baño.
     Supongo que irá a secarse, porque no tiene nada de maquillaje ¡Estas mujeres son tan diferentes! — pensó él.
Él seguía pensando en ella, mientras que la orquesta empezó a tocar la versión de “Toro Mata” de Celia Cruz. Todos, de nuevo, empezaron a buscar pareja. Él la buscaba con la mirada, pero obviamente se demoraría en el tocador. De todas maneras, seguía volteando la cabeza. Decidió caminar hacia la barra para tomar agua mineral. En el camino, una delgada mujer blanca de mejillas rosadas, pelo color azabache hasta la altura del mentón y vestido negro hasta unos tres centímetros debajo de las rodillas se le acercó.
     ¿Tú quiejés bailáj? — dijo ella tendiéndole la mano.
Él aceptó y la llevó hacia la pista.
     Ésta tiene mirada aristocrática. Debe de ser francesa — pensó Manuel.